BORJA CRESPO
Quizás nunca estalle la burbuja y desfallezcamos como espectadores ante la avalancha de novedades semanales cuyo ritmo es imposible de seguir. Netflix se lleva la palma a la hora de ofrecer cantidades desorbitadas para la ingesta de grandes audiencias. Pero no hay que quitar méritos al auge de las plataformas. Atracón aparte, tienen sus ventajas, como la posibilidad de acceder a títulos impensables de manera legal en 'streaming', procedentes de cinematografías lejanas a las cuales el público medio apenas tenía en cuenta y no prestaba atención. La globalización del consumo ha permitido que una serie surcoreana, 'El juego del calamar', se convierta en un fenómeno mundial y sea degustada por un montón de gente, sorprendida ante la originalidad de una apuesta con sello oriental que bebe de un montón de fuentes a la hora de inspirarse.
El doblaje, no siempre cuidado en este tipo de material, ha ayudado a que la fiebre por 'El juego del calamar' se expanda vía Netflix, como así lo reflejó su lista de sus diez principales en la semana de su lanzamiento. De entrada, la serie juega con la ventaja de enganchar directamente a los amantes de populares historias de supervivencia como 'Los juegos del hambre', o la mítica cinta de culto 'Battle Royale', referencia inevitable a la hora de hablar del fenómeno 'Fornite' en el ámbito de los videojuegos.
Las miserias humanas florecen, como ya lo hacían en la oscarizada 'Parásitos', señalando el clasismo imperante
Solo puede quedar un jugador y en el último filme citado ya aparecía el gran Takeshi Kitano, cineasta y actor que también ejercía de presentador en un concurso televisivo que deleitó a una generación gracias a las voces en off que relataban, con un sentido del humor políticamente incorrecto a día de hoy, lo que acontecía: 'Humor amarillo'. A estas referencias podemos añadir 'Cube', 'Saw', la española 'Intacto' -a reivindicar- y tantas otras, incluyendo la actual moda por las salas de escape. Si batimos estas sugerentes menciones, y mangas como 'Gantz', aderezando el resultado con la pasión por el juego y las apuestas que embriaga a los ciudadanos asiáticos, servimos en bandeja 'El juego del calamar', cuyo primer capítulo va directo a las emociones, no ocultando cierta truculencia efectista que contrasta con su estética colorista.
En esta serie, un buen número de personas prácticamente desahuciadas, en bancarrota, con una enfermedad terminal o algo terrible que ocultar, participan en una competición a vida muerte para llevarse la friolera de 45.600 millones de wones, alrededor de 330 millones de euros. Solamente puede haber un ganador, el resto perderá la vida en el intento. Las pruebas son, sencillamente, juegos tradicionales infantiles a los que se da la vuelta para que resulten letales.
Simpatizar con los personajes principales del reparto coral es peligroso, nadie está a salvo de la quema. Las escenas dramáticas, con el toque histriónico propio de la ficción coreana, no faltan en un historia serializada en nueve entregas que encuentra su mejor baza en el contraste entre fondo y forma, las estética infantil de las actividades mortales frente al sadismo de las mismas. La violencia es explícita, sin contemplaciones, excepto en momentos puntuales donde la narrativa exige otra opción.
Hwang Dong-hyuk, responsable de la recomendable 'The Fortress', escribe y dirige está distopía con visos de convertirse en realidad, si no lo ha hecho ya, en una sociedad que abraza cada vez más la gamificación. Todo es un juego, a través del móvil o una computadora, desde renovarse el carnet de conducir a ligar manejándose hábilmente con la pantalla táctil.
El auge de las plataformas posibilita acceder a títulos de cinematografías lejanas a los que el público medio antes no hacía caso
Denuncia social
'El juego del calamar' exprime sus referencias para crear un plato nuevo que, en el fondo, sabe a lo que imaginamos, con algún condimento inesperado. Es el secreto del éxito de un drama con contadas escenas de acción contenida que da un volantazo a la intriga en su segundo capítulo, cogiendo carrerilla para lo que viene después.
Un infierno emocional, donde la condición humana es diseccionada y se pone contra las cuerdas nuestra idea de supervivencia. ¿Qué estamos dispuestos a hacer por salvar el pellejo o hacernos ricos? Las miserias humanas florecen, como ya lo hacían en 'Parásitos', señalando el clasismo imperante. El cine social está presente en un relato absorbente que también se preocupa por la migración, dando protagonismo a un rol de origen pakistaní, un detalle poco habitual en esa onda de producciones.
Aunque previsible en algunos giros, y cierto tono ingenuo que viene bien con la temática, 'El juego del calamar' navega hacia un final demoledor, poco agradecido, pero inevitable. La vergüenza, la redención, el concepto del éxito, los traumas emocionales, la envidia y los anhelos se ven reflejados con un planteamiento bien desarrollado cuya primera temporada cierra perfectamente, no deja ningún frente importante abierto, pero deja algunos flecos que pueden permitir la existencia de una posible continuación. ¿Únicamente en Corea del Sur o en otros países del planeta? Lancemos el dado.
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