“Me encanta diseñar vestidos grandes porque el proceso es bastante rápido, en comparación con la laboriosa tarea de diseñar ropa hecha a medida o camisas. En esos casos hay que hacer primero una toile —un boceto en tela— y que las modelos se la prueben en cinco ocasiones distintas”, explica Goddard. “Para estos vestidos, a veces no hacemos ni toile, vamos a por todas directamente”.
Cada vestido Lina de volantes lleva aproximadamente un día y medio de trabajo. Se hace con tul rígido italiano, marca de la casa de la diseñadora (usa unos 13 metros de tejido, concretamente). ¿Su regla de oro a la hora de decidir el tamaño? “Normalmente, cuanto más grande es un vestido —sobre todo los de tul—, más disfruto el proceso. Una parte del diseño que me encanta es la de crear volumen”.
Detrás de la teatralidad de estos llamativos y subversivos vestidos, con aire de cuento de hadas, se esconden todo tipo de intricados detalles, empezando por las cinturas fruncidas a mano. ¿Cuál es el truco para lograr el mágico (e imitadísimo) vuelo de los diseños de Molly Goddard? El dobladillo del frunce se une a una gran falda globo que es más corta por la parte de delante y va cubierta de volantes, “creando así una silueta suave e irregular”.
El color, por supuesto, es muy importante. Antes de la pandemia, el “momento vestidos” marcaba el final de los desfiles de Goddard en la Semana de la Moda de Londres, y dejaba boquiabierto al público de primera fila: al recorrer la pasarela blanca, los vestidos producían un efecto similar al de la primera pincelada de color en un lienzo. “Los colores me vienen de forma natural, supongo. No los pienso mucho, la verdad”, añade.