Hay un hombre en la moda que lo hizo todo. Literalmente. La estandarización del prêt-à-porter, el sistema de licencias (perfumes, gafas de sol y demás objetos de consumo accesible), el reciente aperturismo de la muy elitista alta costura o la creación de estructuras que hacen converger diseño e industria se deben a una sola persona: Didier Grumbach (París, 84 años). Puede que su nombre no sea conocido para el gran público, pero sus ideas empresariales alumbraron, entre otros hitos, Angel, el perfume superventas de Thierry Mugler; Rive Gauche, la línea más asequible de Yves Saint Laurent; o Créateurs & Industriels, una institución que ponía en contacto a diseñadores y gestores y que fue el germen del actual sistema de holdings del lujo liderados por Kering y LVMH. Ahora la editorial Superflua acaba de publicar en castellano sus Memorias de la moda, un repaso a sus más de 50 años en la industria que es también, de alguna forma, una historia de cómo y por qué la moda es hoy lo que es.
Grumbach solo tenía 24 años cuando se hizo cargo de C. Mendès, el taller de confección que levantó su abuelo y que fabricaba prendas de precio medio para un buen puñado de boutiques francesas. El sistema de trabajo no había cambiado en 50 años. Hasta que Grumbach decidió ofrecer sus servicios a las casas de alta costura del momento (Carven, Philippe Venet o Antonio Castillo, entre otras). En 1967, cinco años más tarde de tomar el mando de la fábrica, ya producía prendas en serie para Lanvin, Givenchy o Chanel y se convertía en socio de Saint Laurent Rive Gauche, la primera línea de autor pensada para la producción en masa. Nacía el prêt-a-porter tal y como hoy lo conocemos. “Si lo pienso con perspectiva, creo que de todos mis logros el más influyente fue crear una empresa subsidiaria de distribución en Nueva York, Paris Collections Inc.”, cuenta Grumbach a este periódico, “Popularizamos en Estados Unidos marcas tan dispares como Valentino, Givenchy, Jean Charles de Castelbajac o Issey Miyake. Producíamos la mayoría en una fábrica en Angers, al oeste de Francia. Así fue cómo de la alta costura se pasó definitivamente al pret-à-porter y este sistema de negocio abrió la puerta a diseñadores más jóvenes”, añade.
Con la llegada de la producción en serie llegó también el reinado del branding. Las firmas de moda ya no podían apostarlo todo a la majestuosidad del hecho a mano; muy al contrario, necesitaban comunicar algo intangible, una identidad tan abstracta como atractiva que les permitiera vender sus productos. En 1974, Grumbach creaba la asociación Createurs & Industriels, un organismo que ponía en contacto a diseñadores con gestores para desarrollar y hacer prosperar esta nueva idea de marca. Lo presidía la interiorista Andrée Putnam. “Con el tiempo me di cuenta de que fue una idea demasiado precoz que no se gestionó del modo correcto, pero no me arrepiento”, confiesa.
Fue a través de esta iniciativa como Grumbach conoció a un joven Thierry Mugler. Apostó tanto por él que en 1975 creó una empresa con él, Triumvirat Company. Juntos convirtieron el concepto de desfile, anteriormente ligado a la privacidad de los salones de alta costura, en un acontecimiento público y en una herramienta de entretenimiento cercana a un concierto de rock. “Sin la puesta en escena, Thierry no habría tenido éxito”, rememora Grumbach. “En 1984 decidimos mostrar la colección delante de 6.000 personas que pagaron su entrada, y aquello cambió la idea de lo que era una pasarela. Todos los que vinieron después siguieron con esta idea de espectáculo”. También crearon al alimón un hito de la perfumería, Angel, en 1992, una fragancia tan emblemática que acabó fagocitando al diseñador; la empresa cosmética Clarins acabó comprándole la marca a Grumbach en 1994. “Creo que tanto Saint Laurent como Mugler [las dos marcas que el empresario dirigió] están hoy creando productos e imágenes espectaculares que aseguran su visibilidad. Y tienen excelentes fragancias, lo que al fin y al cabo, es lo que asegura su supervivencia: la alta costura y el perfume”, dice.
Pero la moda ya no es lo que era, incluso para Grumbach. Él, que fue presidente de la Cámara Sindical de la Costura francesa hasta 2014, cree que el desfile ha dejado de ser una herramienta necesaria. “Ya no es una obligación”, opina. “Dior no habría triunfado con el New Look sin un desfile, Thierry no habría hecho carrera sin el espectáculo. Pero un joven creador actual no debe desfilar si no tiene ya una agenda de clientes atados. Hoy la pasarela es el final, no el principio”.
Tampoco cree que la gestión de marcas deba ser la que fue hace 10 o 20 años: “Cada vez están más diversificadas. Son casi agentes sociales, así que les debería preocupar lo mismo que les preocupa a la sociedad: el medio ambiente, la tecnología, la diversidad… En ese sentido, la formación se está convirtiendo en algo fundamental. Me alegra que la Cámara Sindical de la Costura haya firmado acuerdos con el Instituto Francés de la Moda. Porque hoy en día la creatividad no es algo propio de las prendas, tiene que influir en todos los aspectos empresariales, del marketing a la gestión”, argumenta. Y lanza un consejo para las marcas emergentes de éxito: “Pertenecer a Kering y LVMH [los dos conglomerados que poseen dos tercios de las firmas de lujo de renombre] ya no es una obligación para triunfar. Durante un tiempo se pensó que sin ellos no habría desarrollo real. Pero está internet. Internet facilita la independencia”.