El pueblo se llama Tecate y se encuentra en Baja California, al lado de La Rumorosa y bajo la protección de El Cuchumá, la montaña sagrada. Es un paraíso, dicen, y así debe ser porque estar allí induce a pensar en una biblioteca y en una botella de vino.
Tecate es un pueblo multicolor, rodeado de «piedras blancas como huevos de dinosaurio», diría García Márquez. Una comunidad mágica donde los recuerdos flotan y sus habitantes sonríen.
Alfonso Caballero narra infinidad de momentos donde queda claro el origen, carácter, esfuerzos, deseos y sueños de sus habitantes. Roberto Castillo escribe versos de la «Historia regional del corazón», poesía llena de pájaros, frutas y notas musicales directas al plexo solar. Gabriel Adame aporta la obra plástica, una serie de imágenes provocativas donde las horas pierden su nombre. Hablo de un libro, Lectura para ciegos, editado por los autores en 2021, dedicado a todos los que deseen aprehender cómo se debe mirar un pueblo. Un pueblo que no envejece. El pueblo del que todos procedemos.
En palabras de Roberto Castillo, Tecate es «un pedazo de mundo grabado en las paredes del corazón», y todos los recuerdos pertenecen a la época «cuando existían más libros que armas de fuego», y los radios de transistores ponían a «los Beatles, los Rolling Stones, los Kinks, los Animals, los Doors, Lou Reed, Hendrix y Janis Joplin», que cambiarían para siempre nuestro mundo, definido también por los livis, los long play, las playeras hang ten, la glostora, la píldora anticonceptiva y los tenis Converse, que según nos cuenta Alfonso Caballero son los favoritos de Kamala Harris, famosa política norteamericana. Es un libro de pastas duras con decenas de personajes, la familia de Caballero, sus amigos, sus condiscípulos; los amigos de Castillo y todas las muchachas contemporáneas cuya belleza sobresale en varias páginas, ah, y el «famoso Cochi Acevedo, el único detective del pueblo».
Los autores compartieron desde el kínder, estudiaron en la UNAM, son profesionistas exitosos y continúan siendo amigos del alma y de las cantinas. Porque los de Tecate beben cerveza y vino, y no se andan con medias tintas. Una vez presenté en La Panocha, el estudio del querido artista plástico recién fallecido Álvaro Blancarte, una de mis novelas. Había quizá 30 asistentes y consumimos dos cartones de tecate y 60 botellas de vino. Madre mía. Ahí nomás para que se den una idea.
Gabriel Adame es un artista plástico que trabaja lo que le viene en gana. Por una parte ha expuesto obra sorprendente por su sencillez, llena de recuerdos y de humor, con un profundo sentido de comunidad.
Por otra, en su serie erótica, se desliza por una semántica de la forma que observando con paciencia, se descubre un fondo que es mejor que no les revele. El caso es que trasciende el color y el cuidado con que consigue matices que se imbrican sugestivamente, como la pieza que ilustra la portada, Atardecer en rosa, en que un provocador trazo conduce al misterio, a la propuesta de un artista que oculta como astuto ajedrecista la clave de todas las pasiones. Un artista nace, y se hace, y sobre todo Adame que conoce la felicidad de saber que todo lo que mereces llega.
Me encanta este libro, no sólo porque me ha sacudido el alma y el corazón con su contenido, sino por la poderosa muestra de amistad que sobresale en cada página. Pienso, si uno no vino al mundo a hacer amigos, entonces, ¿a qué chin… vino? Disfruten, y ya.
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