De la misma forma que mostramos (con datos y cifras) que ellas ganan menos, hacemos lo propio cuando ocurre a la inversa. Porque el feminismo versa sobre la igualdad. La ideología feminista abandera "la paridad política, económica y social entre hombres y mujeres" y no, como muchos defienden para rehuir el cambio, la primacía del genero femenino. No funciona en esa dirección. Como dijo Emma Watson en su discurso ante las Naciones Unidas (2014): "ha llegado la hora de percibir el género como un espectro y no como dos conjuntos opuestos".
Si la palabra, de tan manida, resulta odiosa, hemos de quedarnos con la idea y la ambición que respalda. El feminismo habla de crear puentes, de juzgar menos y empatizar más, del amor entre iguales. No se trata de crear antagonismos, sino de superar los que han alimentado los estereotipos de género creados por la sociedad desde los anales de la historia. Al final del día, todos estamos en el mismo barco. Todos somos personas sin símbolo al alza ♂ o la baja ♀.
Pero no deja de ser representativo que el único sector profesional (o al menos, de los pocos) donde las mujeres ganen más que los hombres sea el de la moda y esté ligado al atributo físico de la belleza. ¿Casual? Para nada. En una sociedad que juzga la imagen de la mujer hasta el hartazgo, un yugo que se remonta a la Anitgua Grecia cuando se la asoció con "la gracia" mientras "el intelecto" se reservaba al hombre, resultaría hipócrita (casi histriónico) que no fuera así después del nivel de exigencia y perfección con el que tiene que lidiar a diario.