Conocí a Óscar Pujol en la India en 1996. Hasta ese momento yo era un admirador de los artículos que él escribía en la revista Altaïr, donde la vida, los rituales y el arte de la India se entretejían en una madeja rebosante de sentido.
Óscar llevaba diez años (de los 16 que duró su estancia) estudiando sánscrito con una beca en la Universidad de Benarés. Residía con su esposa Merce y su hijo Vasant en una modesta vivienda. Aún recuerdo sus palabras al abrirnos la puerta: ¿Tú, quién eres?
Muchos años después volvimos a encontrarnos, esta vez presentando juntos una revista monográfica sobre el norte de la India en la librería Altaïr. En esos momentos Óscar ultimaba su magnífico diccionario sánscrito-catalán (que dio origen a su obra en castellano Diccionario sánscrito-español: Mitología, filosofía y yoga)y era el director de estudios de la Casa Asia. La publicación de esa obra marcó un hito en su vida.
Hoy es el director del Instituto Cervantes de Nueva Delhi. Conversar con él, durante una fugaz visita a nuestro país, fue un lujo. Óscar es ya casi un pandit, el erudito indio por excelencia; y ha seguido acercando las culturas hispánica e india mediante obras como Yogasūtra (o Los aforismos del yoga) de Patañjali o La Ilusion Fecunda. El Pensamiento De Samkara. Pero su amor por la vida y su implicación en ella contrarrestan su pasión por las bibliotecas.
Un viaje que le cambió la vida
-¿Sentiste un flechazo en tu primer viaje a la India? -No, fue más bien una atracción gradual. Para mí era un destino corno cualquier otro. Viajé en 1979 con mi futura mujer y tuvimos la suerte de poder estar un año entero. Llegué con las aprensiones típicas: los primeros días me lavaba las manos cada diez minutos. Pero luego hicimos un viaje muy tranquilo y agradable; más o menos estábamos una semana en cada lugar: Agra, Benarés, Bodgaya... Al cabo de dos o tres meses empecé a sentir una atracción muy fuerte por visitar templos, por conocer un universo que ignoraba totalmente.
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–¿Qué es lo que más te sorprendió? –El que la gente creyese en algo más allá de lo palpable, ese ojo abierto a lo intangible. Y esa especie de aceptación integral de la realidad. Nosotros siempre estamos procurando modificar la realidad, o tener una versión de ella mediante la abstracción, el arte, la técnica, la cámara... Querernos captar una parte de la realidad cómoda y atractiva para nuestros intereses. Me impresionó ver cómo cierta gente no intentaba eso, sino que aceptaba la realidad tal cual es.
La resignación existe y en grado abundante en la India. Pero al mismo tiempo que existe la resignación -que para mí no es fatalismo indio sino el resultado de condiciones sociales muy duras que no puedes cambiar corno individuo-, existe la aceptación, que es lo contrario.
La resignación es pasiva, te condicionan circunstancias fuera de tu control. Pero la aceptación es activa, es decir, reconoces la realidad tal cual es, te reconoces a ti mismo, tus límites... y los asumes. Asumir los límites significa intentar no tanto superarlos como ser tú mismo dentro de ellos. La aceptación, ese decir "el mundo en cierta manera es ya ahora perfecto pero no me doy cuenta por mi ignorancia", me asombró.
–¿Qué cambió tras ese viaje? –En los últimos meses del viaje me di cuenta de que yo no era un hombre de acción ni un aventurero, sino de estudio y lectura. Y salí de la India con un deseo muy fuerte de volver a la universidad. Fue como un gran regalo, un espejo que ese país me puso delante: deja de viajar, estudia, concéntrate, porque tú eres un hombre de letras y no puedes huir de ti mismo.
Un verso de la Gita dice precisamente eso: descubre tu propio dharma personal, es decir, quién eres tú, qué te gusta, cuáles son tus facultades. Si no descubres tu propio dharma, no giras con la rueda del mundo, estás al margen, malgastas tu vida. Participar en este girar del mundo es una especie de sacrificio cósmico. Creo que tenernos una función muy concreta que cumplir y que nos pasamos la vida intentando descubrirla. Si se te da la fortuna de descubrir una parte de lo que tienes que hacer, tu vida cambia totalmente, encuentras sentido a lo que haces, aunque tengas dificultades.
–¿Y así descubriste tu vocación por el sánscrito? –Sí. Dejé Filología, probé con Filosofía, y decidí que tenía que volver a la India a estudiar sánscrito . No lo logré hasta 1986, tras un viaje en 1984 en que todo me salió mal.
–¿Qué es lo que para ti hace más singular al sánscrito?–La riqueza de su literatura. Tienes poesía, lógica, matemáticas, gramática, erotismo, mitología... No hay ninguna rama del saber en la que no haya pensamientos interesantes en sánscrito. Y es muy plural: puedes encontrar textos contra los vegetarianos, escritos por brahmanes bengalíes. Esa variedad, y sobre todo la sutileza de los argumentos que utilizan, lo hace fascinante. Es una lengua muy flexible, muy plástica, con tres mil años de tradición literaria.
La considero un monumento a la inteligencia humana, igual que el latín y el griego. Y al estar muy cultivada por los brahmanes, que se han dedicado a ella de forma muy profesional, ha alcanzado cotas de refinamiento inusitadas. Es muy bonita de cantar y de recitar y pienso que tiene un gran futuro... Esto va para mis amigos de la Universidad de Benarés que no andan muy animados...
–¿El sánscrito te ha aportado muchas cosas a nivel vital?–Sí, muchas. Es una lengua que puedes aprender, yo la recito cada mañana. Tienes versos para todo, desde que te levantas hasta que te vas a dormir. Saludas a la tierra y le pides perdón por el pisotón que le vas a dar al levantarte... Un brahmán genuino vive todo el día en cierta manera con el sánscrito resonando interiormente. Tiene allí una melodía que le acompaña y le ofrece versos para cada ocasión.
Hay un déficit de lengua en nuestra sociedad. Pienso en todos los versos de la sabiduría popular, en los refranes, todo lo que hemos perdido. Ya no tenemos el castellano dentro de nosotros, solo restos. Y uno tiene que llevar su lengua a cuestas, porque la lengua es la intercesora entre lo cotidiano y lo absoluto.
Comprender la forma india de vivir
–¿Hay un arte indio de vivir?–Sí. A nivel más superficial, implica cuidar mucho a la gente que convive contigo, empezando por la familia, y respetar tus emociones. La emoción es como un río y sale de algún sitio. Cada familia, a su vez, sería como un arroyo. Nace en un momento dado, y luego esa corriente emotiva se va nutriendo por los cientos de lugares por los que pasa. Tú eres una de esas estaciones del agua. La gente está buscando constantemente su origen en seres extraños, conocidos que parecen recién caídos del cielo, sin atender a esa corriente emocional que le impulsa desde el nacimiento.
Los indios pueden tener amigos tan íntimos como la familia, pero no descuidan la familia ni sustituyen los lazos familiares por los lazos amicales. Respetar las emociones y no ser muy duro con uno mismo ni con los demás sería quizás el primer arte indio de vivir. Los indios consideran que la mente es material, viven una continuidad entre mente y cuerpo, como sugiere el nombre de vuestra revista.
–¿Qué cualidades encarnan las tres deidades principales del panteón hindú?–Los indios adoran a Shiva y Vishnú pero no a Brahma. Para ellos Vishnú o Shiva es la trinidad entera. Hay tres divinidades básicas: Vishnú, Shiva y la Diosa. Brahma es el creador; Vishnú el preservador y Shiva el destructor. Pero si crees en Vishnú, él encarna las tres funciones. Lo mismo hace la Diosa: puede delegar en Shiva para destruir, pero la esencia de las tres funciones está en ella.
Hay un tipo de meditación que consiste en observar la creación de un pensamiento, el momento que dura en tu mente y cómo desaparece. Esto ya es observar el samsara: un ciclo constante. A partir de aquí se trata de percibir que rodo es impermanente, salvo la conciencia que observa.
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–¿Qué es el tiempo para la cosmovisión india?–Los Yoga-sutras dicen que el tiempo es una creación mental. El mundo sí existe, no es una ilusión. Hay dos cosas: la conciencia, que es espíritu, y el mundo material. La conciencia observa el mundo y, al observarlo, se produce el milagro de la creación y la existencia.
La materia está formada por átomos según una teoría muy antigua en toda la física india. Al moverse los átomos en el espacio la realidad va cambiando constantemente. Solo existen instantes, pero no el tiempo. Un instante es lo que tarda un átomo en desplazarse de un punto a otro del espacio. La mente puede observar estos instantes. Lo que no existe es la sucesión de ellos. Kant también lo decía: solo existe el instante. Todo lo otro son construcciones mentales que dan sensación de continuidad.
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–Surya, el sol. ¿Qué podemos sentir al verlo salir desde la orilla del Ganges en Benarés?–En primer lugar hay que decir que es increíblemente bello. La belleza despierta una serie de sentimientos que te hacen trascender un poco tu miseria cotidiana. El sol sale por la mañana en cierta manera para indicar lo que dice un hermoso verso sánscrito: que cada día es único y puedes dar en él lo mejor de ti mismo. La salida del sol es como la creación del mundo. Al despertar entras en escena y tienes la oportunidad de participar en la tarea creadora hasta la extinción del mundo, que será por la noche, cuando el sol se retire a dormir. Más allá de las sensaciones, de la belleza de la luz que se refleja en el agua , en las paredes rojizas de los palacios y los templos, las canciones... la salida del sol va acompañada de la gente bañándose en el río y de toda la actividad.
En las ceremonias se le ofrece agua al sol por la mañana y eso es muy importante. Cada inicio implica un peligro, y se dice que la salida del sol es un momento crítico, porque es atacado por millones de pequeños demonios de la oscuridad que intentan impedir su salida. Las ofrendas de agua que se le hacen son como armas, como mantras, que salen disparados e intentan eliminar la influencia de esos demonios.
Quien colabora en esos rituales no es un espectador pasivo: ayuda al sol a salir, lo que le hace partícipe de ese proceso de creación, que no es unilateral. Las personas hacen un sacrificio, cumplen un rito, rezan una oración, para ayudar a que el mundo siga rodando, a que el sol siga saliendo y a que la rueda siga girando...
–¿Qué actitud aconsejas si se asiste a una cremación?–La reflexión atenta y concentrada. Pienso que nada hay más edificante y profundo que contemplar una cremación, especialmente en Benarés, donde no hay muestras de dolor. Te sientas ahí, yo lo hacía a veces, como muchos indios y occidentales, a observar cómo se quema el cuerpo.
Solo conocemos una cosa real y es que vamos a morir. Ni siquiera sabemos si el sol saldrá mañana, porque puede haber un cataclismo cósmico. Para mí la cremación es una lección de realidad: pensar, meditar que tú vas a ser ese cadáver, esa cosa que está ahí estirada, que primero mojan en el río y después envuelven en un trapo, rodeado de tus hijos o de tus seres queridos... Luego ves surgir las llamas y cómo del cuerpo físico no queda nada...
Se dice que es más fácil para el alma salir de un cuerpo quemado que de uno enterrado . En sánscrito morir se llama "volver a los 5 elementos": pañchatattva o pañchabhuta (cinco elementos) gamana (volver). La cremación facilita esa disolución y el paso del alma a lo que sea. Otra cosa que llama la atención en Benarés es el gran tránsito de cadáveres.
A veces los llevan en un triciclo, y parece que ladeen la cabeza con el traqueteo, como en una postrera advertencia. Una vez iba con mi mujer y mi hijo en un richshaw detrás de una carreta con un cadáver. Era verano, no podíamos rebasarla y el hedor resultaba insoportable. En un momento dado no pude más y le dije al conductor que se detuviese para, por lo menos, no ir detrás. Pero aquel olor me impregnó todo el día.
Al final vi que la diferencia entre yo y el señor que iba en la carreta es la misma que entre quien aguarda en la cola y el que está sacando las entradas del cine. Es cuestión de minutos, horas, días, años, pero estamos en la misma cola. Al asistir a la cremación es posible identificarse con ese cadáver, aunque sea muy duro, y a partir de ahí pensar qué estamos haciendo en nuestra vida y hasta qué punto nos servirá de algo al final. Cada uno tiene su respuesta.
–¿Qué aconsejarías a la hora de visitar un templo hindú?–Primero, no pisar el umbral. Luego, no entrar con las manos vacías, llevar algo -una guirnalda de flores, algún tipo de ofrenda- y tocar la campana, anunciando tu llegada. El umbral es una zona intermedia entre dos mundos y se considera imprudente pisarla, pues te puede rechazar. Hay que saludar con un gesto reverencial a los protectores del umbral, dos deidades ubicadas normalmente a sus lados -si quieres que te reciba el director, mejor congraciarse con el portero-. Una vez dentro, mantener una actitud respetuosa al hacer la circunvalación.
–El santón hindú, ¿ejerce una vocación de búsqueda espiritual o un simple oficio más? –Ambas cosas. Un estudio afirmaba que un 25% eran meros charlatanes. Me pareció una cifra baja. Pero lo admirable es que hay santones auténticos, capaces de dejar lo que todo el mundo persigue e intentar conseguir algo más. Ortega y Gasset decía que el Estado moderno es absolutista: te prohíbe una y otra cosa y acaba inmiscuyéndose en todas las facetas de tu vida, incluso en tu búsqueda personal de la sabiduría.
El Estado dirá que no es posible vivir en el bosque desnudo, que eso solo lo hace un loco, y te enviará a sus agentes sociales para impedirlo. Pero en la India alguien se queda parado de repente y la gente lo empieza a adorar, aunque esté ido, porque es un símbolo de quien se ha apeado de la carrera de ratas en la que andamos todos, acuciados por hipotecas, por el trabajo, por la crisis. Sabernos que no tenemos escapatoria y que hay que intentar sobrevivir con las reglas del juego. Pero pensar que lo puedes parar todo y que hay otra manera de vivir, eso en sí mismo ya es grande.
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–La India, el país que inventó el ajedrez, también enunció la ley del karma...–Es cierto. El ajedrez te deja un espacio para la decisión y te muestra que todo está conectado. Solo hay una distinción, que en el ajedrez todos los movimientos están causalmente determinados. El karma también está causalmente determinado, pero en un momento dado se puede disolver mediante un acto de conocimiento. En el ajedrez eso equivaldría a tirar el tablero al suelo y dejar de jugar...
Puedes tener un karma muy negativo, y llegar a un punto en tu vida en que entiendas una serie de cosas, entonces ese karma se mantiene de forma meramente residual.
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–¿Qué diferencia hay entre haber vivido en Benarés y hacerlo ahora en Delhi?–Mucha. En estos momentos en Delhi es quizá donde más se está intentado hacer realidad el sueño de modernidad indio. Un sueño lícito, de tener un país que funciona como el mundo moderno. Delhi ha pasado en las últimas décadas de 5 a 16 millones de habitantes. Su parque de automóviles supera a Bombay, Calcuta y Madrás juntos. En Delhi están representados todos los países y las principales instituciones diplomáticas internacionales.
Como director del nuevo Instituto Cervantes llevo una vida muy distinta de la de un estudiante en Benarés. La austeridad y la concentración son necesarias para una vida dedicada el estudio. Ahora en cambio es necesario planear, negociar y socializar. En clave cómica podría decir que vivo sin poder romper la cadena de frío. A menudo tengo que vestir con corbata y americana a 40º C. Eso requiere estar en salas con aire acondicionado y salir y coger un taxi que también lo tenga camino de la próxima reunión. ¡Los ejecutivos no sudan!
Por otro lado, Delhi es hoy día una ciudad culturalmente muy cosmopolita. La oferta resulta muy variada: desde música clásica india, tanto del norte como del sur, pasando por las danzas y el teatro en hindi, en inglés y a veces en otras lenguas indias, hasta el ballet ruso, la música clásica occidental, el jazz, el flamenco, los ciclos de cines europeos o latinoamericanos o la artesanía de México... Las secciones culturales de las embajadas de todo el mundo compiten para mostrar a la nueva capital de una potencia emergente los encantos de sus respectivos países.
–¿Están las castas en vías de transformación? –Es un tema muy complicado. Las castas han existido en todas partes, si bien quizá no tan sistematizadas. La igualdad es un logro muy reciente. La utilidad de las castas es que proveen de una identidad, no centralista, sino localmente diversificada y muy sentida. Ahí hay unos ritos arraigados, una forma de ver el mundo, una sociedad integrada que puede incluir de miles a millones de personas. ¿Qué serías si desaparece tu casta? La opción que ofrece el mundo moderno es el nacionalismo: serás indio, como está pasando, especialmente en las ciudades y entre los jóvenes. Es decir, serás indio en contra del paquistaní, en contra del chino, tendrás un ejército, querrás que la India triunfe...
La casta aporta una identidad local muy clara y una solidaridad de grupo increíble, lo cual da mucha seguridad: aunque tu casta sea pobre y oprimida, no estás solo. Gracias a ellas la India es pionera en inventar métodos de protesta social, no solo la huelga de hambre. Si la casta de barrenderos de una comunidad agrícola no recibía suficientes excedentes de comida dejaba de recoger la basura y eso era efectivo, porque no había nadie más que pudiera hacerlo.
Siempre ha existido en la India una rebelión interna contra la opresión que suponen las castas y grupos que han intentado abolirlas. Buda por ejemplo, y muchos otros. Pero esas reformas han acabado constituyéndose en castas en sí mismas.
Con todo lo malo que tienen, el sistema ha permitido la diversidad en la India. El brahmán no quiere que el paria sea como él, y viceversa. Las prohibiciones y los códigos de un grupo no afectan a los grupos vecinos. Pero ha habido un increíble aumento histórico de las castas bajas e intocables. Y la tendencia a mantener los privilegios para las castas altas. Eso es lo terrible. La combinación de democracia y castas ha llevado a que las castas bajas tengan ahora el poder en la India y eso paradójicamente está apuntalando quizás el sistema de castas.
–¿ Cómo ves la tensión entre hindúes y musulmanes? –Va a peor. Lo milagroso es que convivan de entrada. Una religión iconoclasta y otra con miles de imágenes, para la cual adorar a un solo Dios puede constituir una pobreza de culto. Son religiones opuestas, pero conviven, incluso compartiendo fiestas . El problema es la creación de superestructuras ideológicas encima de la religión. De hecho, cuanto más local es la religión más tolerante es, pues te obliga a entenderte con tu vecino. Pero ahora las voces imperantes no son locales, sino transnacionales.
Hay una ideología de Yihad internacional, muy presente y contraria a los hindúes, y también un nacional-hinduismo, que es racial y pretende uniformizar todo el hinduismo: un solo libro, una sola práctica... Los neohinduistas son muy intolerantes con los musulmanes. Es generacional: los mayores de 50 años suelen ser tolerantes mientras que los jóvenes son más impacientes e intolerantes, y eso da miedo.
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–¿Se conoce España en la India actual? –España está de moda en la India, y eso es nuevo. Uno de nuestros retos en el Cervantes, aparte de enseñar español y las otras lenguas del país, es dar una imagen consistente y actualizada de España. Cuando el indio descubre la cultura española tiende a identificarse mucho con ella. Se ha puesto de moda el aceite de oliva, que hasta hace poco les repugnaba y solo lo empleaban para masajes. Los periódicos en hindi, no te digo ya los que están en inglés, aconsejan tomar un mínimo de un litro de aceite de oliva al mes, y eso que cuesta diez veces más que el aceite que se utiliza habitualmente. Empresas como Roca y Keraben triunfan.
Hay un notable interés por la cocina mediterránea, y también confusión , pues creen que uno de sus ingredientes típicos es el pimiento jalapeño... Estamos en un momento en que es interesante que nos conozcan más. Es mi función ahí. Y eso puede ser muy bueno para España. El mundo indio y el mediterráneo estaban conectados en el siglo IX a. C. La cultura anglosajona es más extraña para ellos. Por ahí pienso que hay un diálogo importante, que todo está por hacer a muchos niveles entre lo que diríamos el Mediterráneo y la India.
–¿Cómo va el Instituto Cervantes?–Hay un gran interés por el idioma español y la cultura hispánica. Los indios descubren el mundo hispánico como un occidente más asequible y cercano a ellos. Es algo relativamente nuevo y no conocemos el alcance que podrá tener, pero es algo que el nuevo Instituto Cervantes potenciará en Nueva Delhi. Al mismo tiempo, al castellano en la India todavía le falta un buen trecho para tener la importancia que el alemán y el francés tienen como lenguas de negocios.
–¿Hay diferencia en el nivel de estudios en España y la India?–Pienso que el nivel de ciertas escuelas privadas de secundaria en muchas ciudades de provincias de la India es hoy más elevado que el de las mejores escuelas españolas. La escuela primaria y secundaria han entrado en una crisis profunda en España, igual que entraron en Estados Unidos. Me sorprendió el nivel realmente bajo de conocimientos generales de un estudiante de primero de carrera en la universidad española actual. No todo es malo, evidentemente. El estudiante español tiene unos instrumentos críticos y de diálogo y de razonamiento más refinados que el indio. Pero, como decía un amigo indio, los tiene pero parece que no los utilice, que no sepa utilizarlos o que no le interese.
La universidad india es muy dura, exige empollar mucho, y por ahí a veces hay un déficit de creatividad. El estudiante medio indio tiene más información, es más esforzado, más disciplinado, te puede hacer unos exámenes a un nivel que a los españoles les cuesta, pero en general tiene un escrito menos incisivo. Ahora bien, existe una élite en la India que tiene mucha información, ha cultivado la memoria -pues no la desprecian como instrumento de aprendizaje- y al mismo tiempo son extraordinariamente brillantes a nivel crítico. Ellos son los motores del crecimiento indio, y los embajadores de la India como potencia intelectual.
Ortega y Gasset habló en su momento de una igualdad mal entendida, la igualdad por el mínimo común denominador, que se consigue a base de un descenso gradual de todo el mundo: como todos lo hacen, es igualdad. Pero la igualdad deseada sería lo contrario: un ascenso de todos hacia arriba, y no una bajada general, como a veces parece que ocurre en algunos ámbitos en Occidente.
–¿Qué aconsejarías a quien viaja a la India por primera vez? –Paciencia. Y que no busque lo que ya tiene en su casa, aunque sea con un poco más de especias, condimentos y exotismo. Si ante un contratiempo la paciencia no basta, pues enfadarse, quejarse, llorar... todo eso resulta útil. A los indios les encanta que les cuenten historias. Si realmente eres capaz de contar tu historia, consigues lo que quieres. Por otro lado, la ancestral hospitalidad hacia el viajero sigue presente en la India. Los indios son hábiles en llevarte al límite; hasta que cuando estás desesperado de repente todo se soluciona. El indio es muy comunicativo, no entiende la timidez. No hay peor cosa que ser tímido y triste en la India. Pongamos pues un poco de paciencia en el equipaje, un poco de fábula, y hagamos teatro para que se nos entienda mejor. El aderezo es importante: la industria de Bollywood no produce sus películas sin ponerles masala (mezcla de especias).