El martes por la mañana, la confusión reina en Atocha. “Es que no tengo cambio”. “Puede pagar con tarjeta”, responde al viajero despistado la mujer que se encarga de que los flamantes aseos prémium instalados en la estación brillen siempre como una patena y, ya de paso, que su mera presencia impida que nadie les dé un uso incorrecto. Pago el euro y obtengo un pequeño papel con un código QR que me abre las puertas a un nuevo universo: los baños de Atocha versión prémium.
He acudido convencido por los parabienes que el cónsul honorario holandés Dirk Kremer destinó a los lavabos inaugurados en Sants el pasado verano. “Es la primera vez que como cónsul inauguro unos lavabos, pero debo decir que me llamaron hace dos semanas y cuando me lo propusieron no dudé ni un solo segundo en decir que vendría a hacerlo”, dijo en aquella ocasión, como recoge ‘El País’.
Es como entrar en la jungla, literalmente: hay mucho verde y se oyen pájaros
“Es normal que un cónsul inaugure inodoros porque ir al lavabo es algo habitual y que ayuda a la gente”, añadió. Si un cónsul inaugura un inodoro, ¿por qué un periodista no va a ensuciarse las manos? One Hundred Restrooms es la empresa holandesa que ganó el año pasado la licitación de Adif para darle un toque prémium a uno de los puntos más controvertidos de nuestro paisaje urbano.
Al otro lado del torno, la jungla, es decir, un jardín vertical de esos tan de moda. En los aseos prémium hay luz brillante, pantallas planas que reflejan los mensajes de la compañía (“Consejo de higiene: lávate las manos durante al menos 20 segundos”) y cubículos no particularmente grandes donde suenan pajaritos como si en lugar de uno de los puntos más contaminados de Madrid me encontrase en el Amazonas. A la salida, me peso y me mido (gratis) y me llevo el susto del año: peso cinco kilos más de lo que debería y de repente me doy cuenta de que llevo abrigo, libros, túperes y cámara de fotos. Pesarse y viajar está reñido.
Iba preparado para meterme con los baños prémium, pero hay algo que me ha desarmado. Quizás un euro sea mucho dinero para disfrutar de lo que debería ser un derecho, pero es probable que olvide rápidamente ese pequeño gasto, mientras que el olor pertinaz de los inodoros de Atocha se habría mantenido en mi recuerdo mucho más tiempo. Sin embargo, tengo la sensación de haber vivido la experiencia por excelencia del siglo XXI, algo que solo podría ocurrir en nuestra era. Los baños prémium son la pirámide de Kefrén del año 2021.
Antropología del baño prémium
“¿Un euro! ¡Joder!”. (Escuchado a la entrada de los baños de Atocha).
Me pongo en contacto con el psicólogo Guido Corradi, profesor de Atención y Percepción de la Universidad Camilo José Cela y coautor de una de las investigaciones pioneras sobre aseos públicos en España. Corradi sufre colitis ulcerosa, así que en un congreso, mientras contaba sus problemas de vientre, un catedrático le respondió: ¿y si investigas el tema? Para ello entrevistó a 155 personas con enfermedades intestinales que utilizaban con frecuencia los aseos públicos, así que me pareció que seguramente había reflexionado mucho sobre ello.
"Desde un punto de vista egoísta, tienes un buen servicio por una pequeña cantidad"
“Tengo opiniones encontradas”, responde. “Por una parte es algo terrible, porque es pagar por algo a lo que deberíamos tener derecho. Pero por el lado más puramente egoísta, con mi enfermedad, te planteas que puedes tener un buen servicio por una pequeña cantidad. Aunque a la larga sea negativo, porque si proliferan, cada vez más habrá menos baños gratuitos”.
Corradi ha reparado en algunas cosas en las que el curioso no se da cuenta (menos una que es evidente: no son precisamente fáciles de encontrar). Por ejemplo, que el ritual de hacer cola, sacar tique, pasarlo por el torno como si fuese el metro e incluso esperar en el caso de que estén ocupados es crítico. “No siempre llevas cambio a mano o tienes que andar buscando la tarjeta, y esos 20 o 30 segundos pueden terminar en desgracia”, añade. Las barreras que exigen lo prémium lo hacen inaccesible para el que no paga, pero también dificultan el acceso del cliente apurado.
En su investigación, publicada en el ‘International Journal of Environmental Research and Public’, Corradi y sus compañeros destacaban las características más valoradas de un aseo público: intimidad, higiene o elementos adicionales como un perchero. Es decir, lo que garantizan los prémium. “La primera sensación es de alivio, porque te aseguran que estás más cerca de los mínimos deseables, pero que asumamos que hay que pagar para tener un baño con unas condiciones mínimas no me va”, añade. A lo largo de los años, los aseos públicos han ido desapareciendo y, por ejemplo, hay en muy pocas estaciones de metro, algo que para el investigador no tiene sentido.
“Si lo exportáramos a otro tipo de servicios urbanos, no lo toleraríamos”, concluye. “Al final, lo que hace es fijar la idea de que es aceptable que haya malos baños, y que si quieres un mínimo de intimidad, higiene y usabilidad, tienes que preparar la monedita”. Como los impuestos y la muerte, tener que hacer uso de un baño público es casi inevitable en algún momento de nuestras vidas: “Al final se confía en que bares, centros comerciales o empresas privadas provean ese servicio, pero sería un desastre que dejara de haber baños gratuitos”.
Una experiencia estética en el retrete
“Ay, hija, pasa si quieres que estos sí están limpios”. (Oído a la salida de los baños de Atocha).
Sigo dándole vueltas al sonido de los pájaros, a que denominen 'punto de hidratación' una máquina para servirse un vaso de agua (cualquiera puede servirse uno sin pagar, todo sea dicho), a la enredadera que te da la bienvenida. Todo ello me recuerda a varias cosas: al catálogo de una tienda de muebles, a una franquicia de cafeterías de aspecto neoyorquino o a la Casa en la Cascada de Frank Lloyd Wright. Después de hablar con Susana Campuzano, directora del Programa Superior de Lujo de IE Business School, me doy cuenta de que no es causalidad.
"El prémium es el embellecimiento de la vida, el lujo de las clases medias"
“Lipovetsky ya contaba en ‘La estetización del mundo’ que no ha habido momento en la historia donde haya tal obsesión por la estética”, me explica. Los sonidos de pájaros, las hojas y los tonos madera son la expresión más clara de las tendencias biofílicas del diseño contemporáneo, que hoy lo invade todo, y que tiene su expresión más clara en lo prémium que, como añade, “no tiene que ver con el lujo, que responde a un deseo, sino con lo cotidiano, con una necesidad”. Con la conveniencia, no con la inaccesibilidad.
Lo prémium nació en Estados Unidos en los años setenta, primero con dulces y helados prémium. Hoy, los ejemplos son infinitos: moda (Victoria’s Secret, incluso Zara), muebles (Maisons du Monde, incluso Ikea), licores, cervezas y, ahora, cuartos de baño. “El prémium es el embellecimiento de la vida, es el lujo de las clases medias, porque no todo el mundo puede acceder a un restaurante estrella Michelin, pero sí puedes ir a un Starbucks y pagar tres veces más por un café, que es algo que suele hacer el prémium, multiplicar por tres”.
Los aseos prémium de ciudades como Madrid o Barcelona son, en realidad, una puerta de acceso para el visitante, que comienza a disfrutar del ocio y el consumo ya aliviándose a su llegada. “Está en la codificación de las ciudades”, prosigue Campuzano. “Antes los 'parkings' eran oscuros y peligrosos, ahora son prémium, entras en los nuevos y tienen colores bonitos, unas máquinas de pago increíbles, estaciones de lavado carísimas. Está ocurriendo en quioscos, parques, baños, en todo”.
Es un ejemplo más de la extrema estetización del mundo que nos rodea. “Si antes el apoyo de la gente era la religión o la familia, lo que les daba estabilidad, ahora la estética suple todo esto”, añade la autora de ‘La fórmula del lujo’. “Porque en un mundo donde todo está fracturado, inseguro, enfermo, quieres sentirte bien. Los restaurantes bonitos, las pastelerías vistosas son elementos de indulgencia. La estética es la nueva religión, te da seguridad, confianza, la sensación de vivir en un mundo confortable”.
"Queremos estar en el mundo de manera estética, en casa y en la ciudad"
La pandemia, con el aumento de la preocupación por la salud, ha acentuado esa tendencia. “De entre todos los sectores, el que mejor está funcionando es el del diseño, porque todo el mundo ha decidido que si tiene que estar en casa, quiere hacerlo de la mejor manera emocional y estética”, concluye Campuzano. “Con las ciudades, igual: de ahí que el prémium lo inunde todo. Pero al final es civilización. Como decía Voltaire, ¿qué problema hay en que un hombre se planche su camisa?”.
Un paréntesis granuja
Pero ¿qué les parecen los baños prémium a sus usuarios? Gracias a Google Maps, hoy podemos leer opiniones incluso de retretes. Estas son algunas de las ‘reviews’ que los usuarios han publicado sobre nuestro objeto de estudio:
“Si por pagar y hacer las necesidades hay que pagar, al menos que esté limpio y sin carencias. Este sitio lo consigo, previo pago de 1€” (sic).
“El sitio muy limpio, es caro pq si vas una familia tienes q pagar 1 € por cada persona. Y se supone q en una estación de trenes debería tener algún baño publico (q no esté tan limpio...). Pues cada uno q decida, si quiere pagarlo o no...” (también sic).
“Públicos? El acceso es privado y cuesta un euro. No hay baños públicos en una estación de tren? Una vergüenza” (sic de nuevo).
'Los baños de Atocha, la Meca del cruising en España', en La Vida Moderna. No todo el mundo busca las mismas cosas en los mismos lugares, y los aseos de Atocha tienen también su entrada en la página Cruisingmap, donde obtienen una puntuación de 2,9 sobre 5. Los comentarios son mucho más negativos:
“No hay nada que hacer, han puesto tornos y se paga, te controlan. Información de hoy día 11/06/2021”.
“Ahora son de pago, así que no hay nada de nada”.
Nunca llueve a gusto de todos.
"Lo gratis está en decadencia, pero es necesario para que la sociedad funcione"
El asunto de los baños públicos reconvertidos al pago también ocupó uno de los programas de 'La Vida Moderna', el programa de humor de David Broncano, en el que lamentaba que se estuviesen perdiendo las costumbres. El fragmento se titula “Los baños de Atocha, la Meca del cruising en España”. “¿Sabes cómo es ese sonido cuando corres con chanclas? A eso suenan los baños de Atocha”, comentaba el presentador. Ya no es así: los pájaros han ocupado su lugar.
La ciudad que cuesta un euro
Los baños públicos prémium son, además, el signo de hacia dónde se dirigen las urbes en general y ciudades como Madrid en particular: entornos parcelados por una serie de puertas de acceso (de pago o no) que deciden quién entra y quién no, o en qué condiciones lo hace. Me pongo en contacto con Álvaro Ardura, profesor asociado del Departamento de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Madrid.
“Hay una tendencia creciente de autosegregación espacial de las élites, un movimiento de las clases altas que se fortifican para no juntarse con los demás”, explica. “Esto ha sido así casi siempre, aunque hubo un periodo después de la Segunda Guerra Mundial en el que se atenuó, incluso se revirtió, y hay países que buscan mecanismos para mitigarlo. Madrid es una de las ciudades más desiguales y segregadas de Europa, hay una división muy clara entre el noreste rico y el suroeste pobre”. Un ejemplo es el retorno de la puerta de atrás en los nuevos edificios de apartamentos de Londres para que los vecinos de las viviendas sociales no se mezclen con los de vivienda libre.
Como recuerda el coautor de ‘First We Take Manhtatan’, la ciudad está llena de cosas que no son rentables económicamente y que no tendrían por qué serlo. “Lo gratis está en decadencia, porque como no es lucrativo, se orilla, pero si lo pensamos, las calles no son rentables, las escuelas no son rentables, la universidad no es rentable, pero son las cosas que hacen que funcione la sociedad”.
Una oportunidad de negocio, un pequeño placer para el usuario. “Es como cuando se pusieron de moda las cápsulas Nespresso o las 'baguettes', es un lujo asequible”, añade. “Operan dos cosas: la degradación material de unos servicios que deberían ser para todos, que expulsan gente hacia el sector privado, que gana con esto, y después el mecanismo de distinción de Bourdieu, cómo las clases medias y altas buscan distinguirse del resto a través del consumo”.
"Muchos terminan recurriendo a ello por obligación, aunque preferirían no hacerlo"
Ante los tornos, las actitudes oscilan entre la desconfianza y la curiosidad; a la salida, unos circulan corriendo, pensando aún en su euro malgastado, otras (un puñado de amigas recién llegadas a Madrid) parecen contentas porque en el caso femenino, la limpieza de la taza es aún más crítica. “Hay gente contenta y otra que lo usa a regañadientes: el equivalente en la sanidad sería el ‘boom’ de los seguros privados, como el año pasado, cuando aumentaron en 150.000 solo en Madrid”, concluye Ardura. “Hay gente que termina recurriendo a ellos casi por obligación, aunque por cuestiones ideológicas preferiría no hacerlo”.
Lo prémium por comparación
Descubro el verdadero atractivo de los baños prémium cuando entro en los aseos del intercambiador de Moncloa, ya no por razones periodísticas. No hay ni canto de pájaros ni luces bonitas, sino un suelo resbaladizo y el rastro del paso de varias decenas de varones ajetreados. No están tan sucios como recordaba, pero hay dos signos que revelan su verdadera cara. Uno, un candado en la máquina expendedora de papel, que nos recuerda que muchos han intentando sustraerlo a lo largo de los años. Dos, un cartel que reza “Un baño limpio habla de quien lo usa. Tus valores los demuestras con pequeñas cosas como estas”.
En los baños prémium, nadie te pide ser cívico porque hay una mujer que se dedica a limpiar las marcas de incivismo de los demás. Recuerdo que Corradi ya me había hablado de los baños de Moncloa: “Son el paradigma de lo que no debe ser, están siempre sucios”. Pero también son el estereotipo que tenemos en la cabeza del aseo público, un lugar feo, sucio, lleno de números de teléfono que conducen a extraños laberintos sexuales. Lugares en los que no querríamos pasar mucho tiempo.
Quizás eso sea lo prémium: la nueva normalidad en un mundo en el que lo público se devalúa cada vez más. Lo prémium recupera la civilización, pero a un elevado coste. No un euro, sino el de haber construido una nueva frontera.