Creó un estilo de vida, con propuestas con su nombre, para vestirse, perfumarse, sentarse, viajar…, llegando a ser el diseñador de moda más longevo –vivió hasta los 98 años– en el apartado de varones, porque en el de mujeres le superó Madame Carven (1909-2015), que alcanzó los 105 años. Vanguardista y visionario, de aires geométricos, logró el éxito en los revolucionarios años 60 del siglo pasado y siempre fue ambicioso y tenaz en todo lo que se propuso. Por ejemplo, en hacer desfilar su moda en las comunistas China y Rusia, pero no en cualquier lugar, sino en las estratégicas Plaza Roja, ante más de 200.000 personas, y la Ciudad Prohibida. No es extraño que muchos le consideran un mito de la segunda mitad del siglo XX.
Italiano de nacimiento, que vino al mundo con el nombre de Pietro Cardini (1922-2020), pisó suelo francés con escasos dos años. Era el más pequeño de diez hermanos. Su familia, de origen humilde, había emigrado del Véneto, instalándose en Saint-Étienne, no muy lejos de Lyon. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, se trasladó a París, donde dio sus primeros pasos profesionales en firmas como Paquin, Schiaparelli y Dior, donde coincidió con un entonces jovencísimo Yves Saint Laurent.
Cardin, que fundó su casa de costura en 1950, se dedicó en un principio a crear máscaras y trajes de teatro, desde que trabó amistad con el escenógrafo Christian Bérard y el dramaturgo Jean Cocteau, ocupándose del vestuario de La bella y la bestia, entre otras obras. Cuatros años después, abre su tienda. Su alta costura estará influida en un primer momento por Dior, pero pronto afina su estilo y se adentra en el prêt-à-porter, con su primera colección de mujer en 1959. Un año después, llegaría la de hombre, algo que antes que él ningún diseñador había osado realizar. Los más ortodoxos le invitan por entonces a dejar la Cámara Sindical de la Costura de París, alegando entre otras razones que sus propuestas se venden en grandes almacenes. “Tres años después me volverían a llamar para hacerme presidente”, recordaría sonriente. Y es que las vacas sagradas de la moda de los 60 vieron que Cardin tenía razón, y que los tiros iban por ahí. “El prêt-à-porter es lo que me ha permitido existir”, confesó sin rubor este hombre culto y viajado, que hablaba varios idiomas, entre ellos el castellano.
Casi nada se le resistiría, tampoco el diseño de muebles, en el que se adentró con cierto éxito y profusión, hasta convertirse en el diseñador que quizás más expansión ha tenido, gracias a las licencias que fue concediendo en el mundo –alrededor de mil–; productos de calidad más bien baja, pero más accesibles para el público, cosa que siempre se le reprochó desde las élites de la gran moda. “El trabajo es una droga. Vendo mis productos, no a mí mismo, y crear es una razón de existir, porque el verdadero valor está en la creación”, dijo quien fue portada de Time en 1974 y compartió cuatro años de su vida con la actriz Jeanne Moreau.
A diferencia de Saint Laurent, del que opinaba que “inventó la elegancia, pero no la creación”, no necesitó un Bergé a su lado. Era diseñador y empresario al tiempo, además de costurero, capaz de hacer realidad una prenda de principio a fin. El “magnate de los negocios”, como lo llamarían, con propiedades más allá de la moda, como Maxim’s, cadena de restaurantes otrora de nivel, y presente en varias ciudades internacionales, así como con multitud de productos derivados que llevan su nombre, no tuvo reparos en afirmar: “Aprendí a coser, pero también a contar”.
Mecenas cultural, a principios de los 70 inauguraba su Espace Pierre Cardin, dedicado a la danza, el teatro, la música, la pintura y la escultura en el antiguo Théâtre des Ambassadeurs, cercano a la plaza de la Concordia parisiense, y dirigió durante muchos años el festival de arte lírico y teatral de Lacoste. Dos de los libros que mejor retratan su trayectoria son Pierre Cardin. 60 ans de création y Espace Pierre Cardin, escritos por su brazo derecho, Jean-Pascal Hesse.
Su proyecto faraónico, nunca fraguado, fue el Palais Lumière, un inmenso edificio de 280 metros que iba a reunir mil apartamentos, con una treintena de ascensores…, y que ideó pensando en Venecia o algún país árabe. Era “una escultura habitable”. Lo que sí se puso en pie fue su museo, abierto en 2006 en Saint-Ouen, en el extrarradio de París, y transferido más tarde a la capital gala. A finales de diciembre de 2020, Pierre Cardin murió, pero su legado continúa, de la mano de su sobrino-nieto Rodrigo Basilicati Cardin. Entre sus proyectos, un gran desfile este año, homenaje al maestro.