Juancho, ¿es cierto que una vez fuiste actor en una exitosísima novela mexicana?
El cronista, ya casi amigo después de haber escrito decenas de notas sobre sus emprendimientos gastronómicos sobre el camino Centenario, con Mapuche a la cabeza; de sus incursiones en el mundo automovilístico con la invención del Buggy Puelche, el primer auto ciento por ciento platense; o de sus increíbles aventuras en el país azteca, conocía mil anécdotas de ese hombre de pelo blanco y sonrisa franca que invitaba a comer con un buen vino de por medio para contar sobre su vida de película. Pero esa de la novela mexicana era poco conocida.
“Sí, jaa, eso también lo hice”, contaba Juan. “Resultó que un día, estando en el aeropuerto de México, se me acercó un tipo para preguntarme si yo era argentino, y cuando le dije que sí, me propuso trabajar en una telenovela. Yo me empecé a reír y le dije que no era actor, pero el tipo insistía, ‘no importa, decía, nosotros necesitamos a alguien con su aspecto que hable en argentino’. Y yo que no le hacía asco a nada, me empecé a embalar. Para hacerla corta, la novela duró cinco años, rompió todos los rating de la tevé mexicana y en el último capítulo hasta actuó el Presidente de la Nación. Después me ofrecieron seguir la carrera de actor, pero la verdad es que me aburrió tener que estudiar lenguaje neutro, y abandoné. Preferí seguir con la gastronomía, que era lo mío”.
Y vaya si era lo suyo. Juan Arturo Garbarini había nacido en Chascomús, pero se instaló en La Plata cuando tenía 8 años, y a los 24, mientras era estudiante de arquitectura en la UNLP, se le ocurrió abrir “Morocco”, que fue la primera discoteca del Camino Centenario, emprendimiento al que le seguirían luego boliches como “Mapuche”, “Pancho Villa” y “Napoleón”, todos con su firma.
Eran finales de la década del 60 cuando en ese camino oscuro que llevaba a Buenos Aires, la movida platense estalló de la mano de Morocco primero y de Mapuche después.
Más precisamente fue el 18 de julio de 1969 cuando Mapuche abrió sus puertas, el año en el que el hombre viajaría a la Luna; Estudiantes se coronaría por segunda vez consecutiva como Campeón de América; y la vincha de Pochola Silva ya era un símbolo bien platense.
Eran también los tiempos de los waffles dulces y salados, de los Torinos Comahue; de los bailes de carnaval en Estudiantes y Gimnasia y de las reuniones en el Jockey Club. Porque todo eso, de alguna u otra manera, pasaba por ese boliche del camino Centenario, por entonces todavía angosto y con banquinas de tierra, casi desierto, que marcaría toda una época en la Ciudad.
“La verdad es que fue una novedad absoluta para La Plata -contaba Juan- porque en el Centenario no había nada, ni siquiera luz, pero rápidamente el boliche tuvo un ángel tal que las personalidades más importantes de la Ciudad se hicieron habitués del lugar, y podría decirse que no hay platenses de aquellos tiempos que no hayan tomado algo alguna vez en Mapuche”.
En aquellas charlas con Juan, se le iluminaba el rostro cuando hablaba de Mapuche. “Yo en el año 66 había inaugurado Morocco, una disco que funcionó en camino Centenario entre 501 y 502 hasta que se incendió, en 1972, y Mapuche era el complemento ideal. Los viernes, sábados y domingos era religión ir a bailar a Morocco y a tomar un submarino a Mapuche. Y cuando Morocco desapareció, la costumbre de ir a Mapuche continuó”.
Ya tenía más de 70 el Juancho cuando se daban aquellas charlas bien regadas, y había regresado de México, otro capítulo importante en su vida de novela, pero cuando su mente viajaba a aquellos años 60 volvía a ser aquel joven lleno de proyectos, y era capaz de hablar horas seguidas sobre aquello.
“Tenía un total de 38 nombres para bautizar al boliche -contaba exultante- pero me incliné por Mapuche, que es una voz indígena del sur argentino que quiere decir nativo del lugar. Y el boliche se hizo bien del lugar, no tenía competencia. Después, en el 75, Vialidad me expropió una parte del terreno para hacer la ampliación del camino; en el año 77 se inauguró otro boliche llamado Sausalito, y yo el 7 de agosto de 1979 abrí Pancho Villa en el mismo Centenario. La movida allí ya estaba instalada”.
Por entonces, entre 1978 y 1982, aquel boliche se dio el lujo de contar con una sucursal en el Centro, sobre la calle 7 entre 48 y 49, que se llamó “Mapuche Center”, aunque el toque de distinción lo seguía dando aquel de Gonnet.
“Es que en el de Gonnet pasaron cosas muy fuertes -recordaba Juancho con su sonrisa de siempre- más de una vez me encontré con jóvenes que me decían ‘en Mapuche mi papá se le declaró a mi mamá, y allí también yo me puse de novio’. Eso es muy fuerte”.
Es que aquel emblemático boliche del Centenario marcaría un rumbo para siempre. En sus años de esplendor, abría sus puertas a las 8 de la mañana y cerraba a las 3 de la madrugada. Fue restaurante, cafetería y bar; y los viernes y sábados la movida seguía allí hasta más allá de las cuatro de la mañana, cuando por sus pisos se sucedían desfiles de modelos ni siquiera anunciados.
“Yo nací cuando Mapuche ya tenía un año -cuenta hoy Valeria Garbarini, la hija de Juancho- y recuerdo que el Centenario era una calle oscura, de una sola mano, con unos pocos faroles colgando de los cables. Yo crecí con el furor de Mapuche, cuando se estacionaban los autos en la banquina, cuando venían artistas como Jorge Porcel y Moria Casán, cuando se comían a toda hora waffles dulces y salados, que era una masa en base a harina y huevo con complementos a elección arriba. Fue una época muy linda aquella en La Plata con la que yo crecí”.
LA PASIÓN POR LOS FIERROS Y EL FUROR DEL BUGGY
¿Pero Juancho era solo eso?, ¿un tipo capaz de crear desde la nada emprendimientos exitosos que marcaran época? Sí, era eso pero también mucho más. Y hasta podría decirse que lo de los boliches en el Centenario era apenas una muestra de lo que podría llegar a hacer. Porque su verdadera pasión, en realidad, eran “los fierros”.
“A mí me gustaban los autos desde chico -contaba- tanto, que cuando tenía seis o siete años le dije a mi viejo, que era ingeniero electromecánico, que yo iba a tener una fábrica de autos, imaginate cómo se rió. Pero yo lo decía en serio, y al final me salí con la mía, porque terminaría desarrollando el “Buggy Puelche”, un auto que se construía a partir del motor y el chasis del Renault Gordini. Y el autito se puso de moda, como que empezaron a comprarlo no solo en La Plata sino que llegó hasta el exterior, a países como Bolivia, Chile y Costa Rica”.
Eran aquellos los comienzos de la década del 70, y lo que contaba Juancho no era fantasía. Desde La Plata, más precisamente desde un tallercito instalado en Gonnet, el tipo había montado una fábrica con la que llegó a vender cerca de 1.500 unidades del Puelche, un auto con el que soñó toda una generación de platenses que ansiaba subirse a él para pasear por las playas como lo hacían las modelos y famosos que el propio Juancho contrataba para promocionar el producto, como Teté Coustarot y otras modelos “top” de aquellos años de alto voltaje.
“En el furor de Mapuche iban artistas como Jorge Porcel y Moria Casán”
Decir que hubo un auto creado y fabricado en La Plata parecería hoy algo irreal e imposible. Pero fue así, y tal fue su éxito, que hasta la industria automotriz “formal” empezó a mirarlo con recelo.
Aquel fue un sueño loco que vio un esplendoroso amanecer en aquellos años 70, pero que poco después quedó encerrado en la noche de un país de economía brutalmente frágil, aunque aquella realidad todavía hoy ruede por las calles de La Plata, propiedad de coleccionistas que todavía conservan unidades impecables de aquellos buggys.
Sin embargo, casi paralelamente, Juancho estuvo a punto de tocar el cielo con las manos cuando otro proyecto suyo , el “Iguana”, llegó a oídos de los máximos popes de la fábrica Renault y muy cerca estuvo de convertirse en un auto internacional pero fabricado en serie para todo el mundo.
Porque fue el propio presidente de la Renault quien se entusiasmó con ese auto para llenar la brecha que dejaba el cese de la fabricación del Gordini y la necesidad de hacer algo diferente con los Renault 4 L y 6 de entonces.
“En el año 66 había inaugurado Morocco, una disco en Camino Centenario entre 501 y 502”
Durante un viaje por el norte de nuestro país, Juancho se había quedado maravillado viendo cómo un pequeño lagarto se escabullía entre las piedras y los arbustos, ágil y aguantador bajo el sol, y se dijo que a ese proyecto que ya tenía en mente lo iría a llamar “Iguana”.
Y fue así que los planos del Iguana llegaron al escritorio del máximo capo de la Renault, quien se conectó con Juan y le preguntó si ya tenía un prototipo de ese auto.
Lejos de inquietarse por la llamada de semejante empresario mundial, Juancho no se amilanó y con la frialdad de un jugador de pócker contestó que sí, que en unos 20, 25 días, tendría un prototipo listo. Fue aquella una mentira que habría que respaldar, porque Juancho no tenía más que sus ideas, y para eso convocó a sus fieles lugartenientes de aventura para encerrarse en el taller de Gonnet durante días y noches enteras para montar el prototipo. Y lo hicieron.
La descripción de ese vehículo platense decía que “el interior del Iguana, totalmente tapizado, presenta un tablero deportivo de diseño exclusivo, construido en una sola pieza; volante especialmente diseñado en duraluminio con empuñadura acolchada; instrumental completo de fácil lectura y palanca al piso de recorrido corto y preciso”. Y en Francia gustó tanto, que aquel auto fabricado en Gonnet se iba a vender a través de la red de concesionarios oficiales de IKA-Renault, y hasta llegó a tener pedidos de Uruguay y de Venezuela.
“Cuando tenía seis o siete años le dije a mi viejo que yo iba a tener una fábrica de autos”
El proyecto de Juancho avanzaba a los codazos en medio de una economía ya frágil que se rompería en mil pedazos poco después con un fenómeno recordado como “el Rodrigazo”.
Con amargura, Juancho recordaba en aquellas charlas interminables que “la mala política y la mala economía nos obligaron a cerrar la fábrica en 1976, y para todos nosotros fue una herida que todavía sangra. Pero nos reconforta ver que el resultado de aquel trabajo sigue vigente en quienes llevaron a estos autos en el corazón”.
MÉXICO, LA VUELTA Y EL ADIÓS
Después de aquella amargura, Juancho Garbarini decidió irse del país con rumbo a México para emprender nuevos sueños.
“Aguanté hasta el 88 y me fui -contaba- tenía un amigo de La Plata que estaba viviendo en México y planeaba poner un restaurante argentino en el Distrito Federal, y quería que yo lo asesorara. Al final, terminé haciendo 23 restaurantes para terceros en ese país, brindando asesoría gastronómica y diseño, y aparte fui creando restaurantes para mí”.
Uno de ellos fue el “Coffe West”, que en México se convirtió en un abrigo para numerosos argentinos, y especialmente platenses, que requerían de una mano amiga para embarcarse en la maravillosa aventura de buscar un destino nuevo.
“Me ofrecieron seguir la carrera de actor en México, pero la verdad es que me aburrió tener que estudiar lenguaje neutro, y abandoné”.
“Cuando papá volvió de México yo ya sentí que estaba mal -recuerda hoy su hija Valeria- él ya tenía una enfermedad de base, y quería seguir trabajando, soñando como hizo toda su vida, pero su salud ya no se lo permitía. Nos dejó a principios de la pandemia, y yo lo acompañé hasta el final. Él lo fue todo para mí, un emprendedor que me dejó varios legados, un padre siempre presente que con un café de por medio me incentivaba para avanzar con cualquier proyecto, porque él era un soñador que siempre me inculcó el trabajo por sobre todo. Fue mi papá, pero también fue un gran amigo”.
Juan Arturo Garbarini había nacido el 15 de diciembre de 1939, hijo del ingeniero del mismo nombre y de Blanca Rosa Bottino Camillión. Se casó con Ana Abella Di María y tuvo tres hijos, Valeria, Paola y Juan Manuel, quienes le dieron dos nietos, Mauro y Belén.
Juan Arturo Garbarini, el Juancho, falleció en La Plata el 24 de junio de 2020, y dejó la magia de sus sueños locos, que quedaron por siempre flotando en quienes tuvieron la fortuna de conocerlo y compartir sus aventuras. Supieron de él desde Enzo Ferrari, a quien visitaba en la fábrica de Maranello, hasta diseñadores de autos legendarios como el mismísimo Pininfarina.
Pero antes de irse, supo de una pequeña satisfacción. Sus autos, aquellos fabricados en los años 70 en el Taller de Gonnet del Camino Centenario y 511, fueron declarados de “interés cultural” por el Concejo Deliberante de la Municipalidad de La Plata. Pero más que eso, también supo que sus sueños, sus emprendimientos y su vida de novela, fueron también patrimonio de todos los platenses.