La buhardilla de su casa desprende magia. El suelo de madera soporta el peso de los 2.000 libros clasificados por temas que llenan las estanterías. Botánica, micología, antropología, rastreo, ecosistemas, climatología, medicina, historia natural... Algunos de estos ejemplares tienen aspecto muy antiguo, igual que la bola del mundo que posa sobre la mesilla junto a una lámpara. También hay huellas de animales moldeadas en resina o cuadros de indios mapuches. Son sus trofeos y sus recuerdos. La sala es muy agradable. Es el despacho de Fernando Gómez Velasco, rastreador de 39 años del Servicio de Rastreo Forestal (Serafo). No rastreador de los que se han puesto de moda este año con el virus.
“Los rastros cuentan una historia”, explica el director de Serafo. En esa historia reside la esencia de este oficio. El rastro sirve para conocer al animal y sus rutinas. Qué comen, qué beben, por dónde pasan, qué problemas pueden generar. “El rastro se sigue por diferentes objetivos: cazar, investigar, fotografiar, filmar...”, apunta. “Se trata de recrear una escena. Consiste en hacer de detective en la naturaleza”, añade Gómez.
El primer rastreo que realizó este segoviano residente en Egüés fue de joven, cuando iba por la calle y vio dentro de un coche una pluma de búho real. Detectó “un indicio”. Gómez quería encontrar al ejemplar exacto que había perdido esa pluma. “Le pregunté al dueño del coche a ver dónde la había cogido para ir a rastrear al animal. Me dijo: ‘Pero cómo vas a encontrarlo si es un barranco enorme”, comenta. Contra todo pronóstico, el joven rastreador fue y lo encontró. Su primer reto. “Fui al sitio, encontré los posaderos y seguí al búho durante años. Le he visto copular, lo he fotografiado, he visto sus pollos...”, añade. En ese momento se dio cuenta de que partiendo de un rastro podía dar con un animal concreto.
En esa época solo era aficionado. Amaba la naturaleza, como su familia, pero no se dedicaba al rastreo. Durante nueve años ocupó un puesto de bombero forestal. “Intentaba trabajar en bases con mucha vida silvestre, por ejemplo en Daroca, Zaragoza”, explica. Además, entre 2007 y 2009, justo antes de “dar el paso”, perteneció a la Unidad Militar de Emergencias.
DE OFICIO, RASTREADOR
A primera vista esta profesión puede generar dudas. Rastreador de qué. No se sabe muy bien qué hacen, cómo trabajan o en qué proyectos participan. También se cuestiona la rentabilidad del oficio. “La gente me decía loco por querer dedicarme al rastreo en España”, explica Gómez. Esto “pega más” en África, América o Australia. Egüés no suena exótico hasta que uno ve el vehículo campero serigrafiado con el acrónimo de Serafo y comprueba que la cosa va en serio. Sin duda, el dilema generado por su entorno le motivó más y el “cinco de marzo de 2010” creó Serafo. Recuerda la fecha con exactitud. Diez años después ha pisado más de treinta países en repetidas ocasiones. Por sus manos han pasado todo tipos de especies. Hasta ahora, el ejemplar que más le ha sorprendido ha sido el cocodrilo del Orinoco en Colombia.
Como en todo negocio, los clientes marcan el éxito. Gómez recibe encargos de empresas o instituciones que necesitan su ayuda. Por ejemplo, una agencia de viajes. Él va hasta el lugar, rastrea animales y realiza el diseño de un futuro viaje comercial a zonas exóticas. También rastrea cuando hay sospechas de la presencia de una nueva especie. La institución contacta con él para que dar con el animal. También con especies invasoras o ejemplares escapados. Este rastreador segoviano estuvo detrás de los pasos del supuesto cocodrilo del Pisuerga. Como ven, hay muchas formas de trabajo. Entre ellas, preparar a rangers -soldados o guardas forestales- para luchar contra la caza furtiva o impartir clases a guías de ecoturismo. La elaboración de libros o producción de documentales se suman a la lista.
Buscar datos sobre el oficio de rastreador en España resulta complicado, casi no hay. “Dedicarse profesionalmente a rastrear animales y humanos en todas las especialidades a nivel internacional solo lo hacemos dos”, reconoce Gómez. “Yo lo hago como freelance”, matiza. La otra persona trabaja como funcionario en parques nacionales. “El rastreo se utiliza mucho, pero la mayoría lo compaginan con otros trabajos”, añade. Fernando Gómez hace todo, dedica tiempo a la conservación, educación, divulgación, protección y formación.
Una vez que recibe el encargo, comienza los preparativos y estudia. Los 2.000 libros ordenados pueden parecer bonitos, pero sirven para documentarse de cara al trabajo, no para aportar un toque interesante al despacho. Gómez tiene que ir al entorno sabiendo casi todo sobre los animales, el clima y características del terreno en “estado normal”. “También hay que saber detectar cuándo hay una alteración en el ambiente”, comenta. “Según el tipo de marcaje que emiten los pájaros yo tengo que saber que está ocurriendo algo”, explica imitando el sonido de los estorninos al ver a los depredadores.
Esta alteración también la puede iniciar el rastreador al llegar al espacio. Tiene que tratar de no generar impacto. “Tengo que tener cuidado. Influye mi movimiento, las vibraciones que provoco en el suelo o el olor. Incluso la emoción, no puedo estar muy emocionado. Una cosa llama a la otra”. Para mantener todos estos parámetros en orden, Gómez tiene un “ritual de comienzo”. Baja del vehículo, observa el terreno, detecta el ritmo al que está el entorno, analiza parámetros como la posición del sol o la dirección del viento y echa un vistazo. “Es importante porque llegas de casa, del coche con la música… hay que tener un nivel alto de concentración”, explica. Una vez adaptado al medio, comienza.
LA PRÁCTICA
Pongamos que rastrea en la Amazonía peruana. Concretamente en la Reserva Nacional Matsés. Su objetivo es dar con anacondas verdes durante quince días junto a un compañero y nativos. Tienen 420.000 hectáreas para buscar, la Taconera de Pamplona tiene nueve. Por ello, reducen el perímetro a un punto. Al río Yavarí, un afluente del Amazonas con 1.200 kilómetros de longitud. A partir de este centran la búsqueda en el río Gálvez. Gómez lo ha vivido esto en sus propias carnes hace algo más de un mes. “Estuvimos en sitios vírgenes que antes no se habían pisado”, explica. Esos días durmió en poblados, en malocas abandonadas, unas viviendas típicas de los pueblos indígenas en estas regiones, y en campamentos montados con tiendas de campaña en medio de la selva. Se alimentó de arroz, plátano, frutas tropicales y caña de azúcar que hacía una cocinera matsés. También cazó y pescó. “Recorrimos unos ochenta kilómetros. Dentro de la selva se pierde la noción del tiempo”, añade.
Esta expedición la realizó con la asociación Jaguar Matsés Connection. “Buscamos tener más información de las especies del lugar e intercambiar técnicas de rastreo con los nativos”. Durante el rastreo predomina el silencio. La comunicación con los compañeros es con la mirada y por gestos. “En Perú nos comunicábamos también imitando al mono araña. Era la forma utilizada por los nativos”, dice reproduciendo el chillido. En función del sonido que hacían indicaban la detección de un rastro, la cercanía de un animal o la presencia del ejemplar. Para el segundo día encontraron una anaconda verde. “Localizar anacondas gigantes en su hábitat natural era una de mis ilusiones”, confiesa. Fernando Gómez y Denis Reina, un matsés, se propusieron buscar en una zona muy concreta en la que había antecedentes de ejemplares grandes.
“Realizamos un rastreo especulativo, él iba delante y la vio”, recuerda. Para este tipo de búsqueda hace falta conocer el terreno y las características del animal. Según Gómez, “los reptiles son animales que pueden dejar rastro en algún punto y en otros no, por eso hay que crear una hipótesis”. “Son las diez de la mañana, hace calor y es una serpiente grande que necesita tomar el sol. Además, tiene que protegerse de los depredadores”, ejemplifica. A partir de esta escena, los rastreadores se hacen una idea del sitio en el que puede estar y actúan. Allí estaba, justo en una zona protegida por troncos con una salida para poder escapar. Lo que ellos creían. Aparte del rastreo especulativo existen el visual, que consiste en seguir al animal mientras lo ves, y el sistemático, una mezcla de los otros dos.
“Verla fue un subidón. Sentí asombro, admiración y respeto”, confiesa. “Te lo pueden contar o verlo en una película, pero estar ahí es una pasada”, recuerda. Al llegar al punto, los rastreadores dudaron de la situación en la que se encontraba el ejemplar. “Estaba muy tranquila en pleno proceso de muda”, explica. Encontrar tan rápido uno de sus objetivos permitió al equipo centrarse en otros animales como jaguares, arpías, monos o jaguarundíes. “Localizamos especies para después diseñar el viaje, dar valor a la comarca y conservar las costumbres locales”, señala.
RASTREAR AQUÍ
Fernando no sentía atracción por Navarra y al llegar se llevó sorpresa. Vino porque su mujer es trabajadora en la Escuela Forestal. “Cada vez me sorprendo más”, reconoce. “A Navarra le falta lobo y oso para ser más espectacular. Lo tendríamos todo”, opina sobre especies que a veces registran entradas en el territorio foral. Según él, “la zona de Andia es un sitio maravilloso para la entrada de lobo y Roncal para oso”. El rastreo en Navarra lo lleva a cabo sobre todo en la Ribera. “Las Bardenas están llenas de vida. He querido demostrar la vida salvaje que hay en sitios aparentemente vacíos”, señala. Un ejemplo es Corella, tierra salvaje, un libro realizado junto a Enrique Pérez, guarda rural local. “A pesar de ser una zona muy antropizada [transformación ejercida por el humano sobre el medio] tiene mucha vida salvaje”, apunta. Actualmente trabajan en otro ejemplar centrado en las inmediaciones de las Bardenas Reales titulado Arguedas, puertas a las Bardenas Reales. Rastros que cuentan historias. Cuatrocientas páginas y 2.000 fotografías. También está realizando un documental con una productora navarra y durante los últimos meses ha rastreado el hayedo de Lezaun para la agencia de turismo Tierras de Iranzu. “Ellos han diseñado rutas y yo las he completado rastreando. En primavera formaré a sus guías para que durante los recorridos expliquen información sobre los animales de la zona”.
Y de Lezaun a al mundo. La primera cita en febrero, a por pangolines en Uganda con la agencia Biodiversity Alliance. En abril a la cordillera de Sijoté-Alín en Rusia. Este viaje servirá para ayudar a la conservación del tigre siberiano y colaborar con Original Nature. Siguiente parada, Sumatra. El objetivo será el tigre de Sumatra. Del Índico a los Balcanes Centrales para dar un curso de rastreo de zona europea. En julio vuelve al Amazonas como guía rastreador, en agosto puede regresar a Uganda o visitar Zambia, ahí tiene dudas. Por último el que más llama la atención. Hace las maletas y se va a Kirguistán a por Bigfoot, Pies Grandes, el Yeti. “Es una expedición en agosto durante quince días. Han aparecido unas huellas. Estoy ahí si voy, no voy...”, ríe. Así es la vida de Fernando Gómez, el rastro que está dejando es claro y con lo que deja escribe su historia.
Instrumentos de apoyo durante la búsqueda
En el rastreo los cinco sentidos son lo más importante, el trabajo se completa con material:
DNIFernando Gómez Velasco nació en Segovia el 15 de agosto de 1982. La afición por la naturaleza le viene por sus padres. En 2004, con 22 años entra en la escuela de capataces forestales de Coca y se da cuenta de que ama el campo cuando un día llevaron a clase una egagrópila de búho real. Después, de 2007 a 2009 trabaja en la U.M.E. como bombero forestal. En 2010 deja todo y funda SERAFO para dedicarse profesionalmente al rastreo.