La hazaña de los hermanos Orville y Wilbur Wright al efectuar el primer vuelo de un aeroplano motorizado, el 17 de diciembre de 1903, en Kitty Hawk, Carolina del Norte, revolucionaría la historia del siglo XX. Lo anecdótico es que el reconocimiento a una invención tan excepcional tardaría tres años. Varias casualidades convergerían para postergar el alborozo mundial.
Para empezar, solo hubo un puñado de testigos en la remota barra de arena frente al Atlántico que sirvió de escenario al histórico suceso, que apenas mereció una breve reseña en páginas interiores de un diario de Dayton, Ohio, el pueblo natal de los pioneros de la aviación. Una noticia que pasó desapercibida en Estados Unidos y Europa, donde ya existían organizaciones que fomentaban la experimentación con aeronaves más pesadas que el aire.
Otro factor adverso fue el fracaso ese mismo año de tres pruebas consecutivas promovidas por Samuel Langley, principal del prestigioso Instituto Smithsoniano, en una plataforma flotante sobre el río Potomac, cerca de Washington. Cada intento estuvo precedido por un aparataje de publicidad que solo hizo más profundo el escepticismo y el desengaño. En la opinión pública norteamericana se había afianzado la idea de que el hombre jamás lo lograría.
Los hermanos Wright, que provenían de una familia de clase media del medio Oeste, compartieron desde muy jóvenes el sueño de volar, luego de que su padre, un obispo episcopal itinerante, les regalara un helicóptero mecánico que desafiaba las leyes de la gravedad. Habían sido formados en la ética protestante del trabajo duro, en un hogar donde se alentaba la curiosidad intelectual y la creatividad.
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Wilbur era cuatro años mayor que Orville, y aunque físicamente no se parecían, la gente asumía que eran gemelos porque mantenían muchas cosas en común. Su voz, al igual que la escritura, se confundía con facilidad, siendo ambos aficionados a la música: mientras el primero practicaba la harmónica, el segundo era aficionado a la mandolina, soliendo tararear distraídos las mismas canciones. Al estar siempre juntos, sus conocidos los llamaban “los chicos” (the boys).
Eran muy inventivos y tenían capacidades mecánicas extraordinarias. Cuando a finales del siglo XIX se puso de moda la bicicleta como medio de transporte, montaron un taller para fabricarlas, con una tienda anexa donde las vendían. Fue ahí donde comenzaron a diseñar y armar su prototipo para hacer las primeras pruebas de vuelo, en el marco de lo que denominaron “la misión” (the mission), en nombre clave.
Se inspiraron en la obra del alemán Otto Lilienthal, ingeniero mecánico y aeronáutico, que fue pionero del vuelo humano en planeadores, en uno de cuyos ensayos falleció trágicamente en 1896. Lograron relacionarse con el francoamericano Octave Chanute, que por entonces era una eminencia mundial en la materia, cuyos valiosos consejos les resultarían muy útiles. Fue él quien los condujo al campo experimental de Kitty Hawk, un sitio distante que, sin embargo, garantizaba vientos promedio de 22 km por hora.
En 1900 comenzaron los ensayos con un biplano construido con tela de muselina, madera de abeto, cables de acero, que disponía de timón activado por un piloto acostado sobre la parte posterior del fuselaje. Para su propulsión se disponía de una catapulta de rieles que permitía alcanzar la velocidad crítica de despegue. En el diseño de las alas con curvatura o pandeo para perfeccionar la capacidad de sustentación, lo que hicieron los Wright fue observar meticulosamente el vuelo de una amplia variedad de aves. Como solía repetir Wilbur: “Los pájaros no vuelan en calma”.
A fin de mejorar el diseño de las alas construyeron en su taller un túnel de viento, que utilizaba hojas de sierra viejas para simularlas. El concepto de ingeniería era remontar el aparato en el viento, permitiendo su balance y maniobrabilidad en el aire.
Una vez que estuvieron listos, luego de cuatro años de pruebas periódicas, le incorporaron al bautizado Flyer I (volador) un motor de aluminio de 12 caballos de fuerza, que movía dos hélices de madera, con lo cual el peso total del avión, incluido el piloto, era de 605 libras. El histórico vuelo sería de apenas 12 segundos, con un recorrido de tan solo 40 metros, pero a partir de ese momento se irían introduciendo constantes mejoras que permitirían ir rompiendo récords de distancia, altitud y velocidad.
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Por razones de economía, trasladaron sus experimentos a la pradera de Huffman, en las cercanías de Dayton, donde en 1905 tuvieron a disposición el Flyer III, que fue el primer avión práctico de la historia, que podía transportar a dos personas sentadas una treintena de kilómetros, con despegue autónomo. Al año siguiente conseguirían, después de muchos esfuerzos, patentar su invención.
Mientras su país seguía sin prestarles mucha atención, los Wright recibieron la visita de misiones furtivas de militares ingleses y franceses, que les ofrecieron una fortuna por su aeroplano, sujeto a pruebas de confiabilidad respectivas. Acordaron que Wilbur tomaría un vapor con destino a París, junto con un Flyer III debidamente desarmado y embalado. Las exhibiciones de vuelo cumplidas durante el verano/otoño de 1906, en el cercano campo de Le Mans, convocarían a centenares de miles de personas, incluida la nobleza europea, causando furor y convirtiendo a los hermanos en celebridades mundiales.
Replicando las exitosas demostraciones, en Fort Myers, Virginia, Orville sufrió un accidente debido al desprendimiento de un pedazo de hélice que golpeó al aeroplano haciéndole perder el control; su acompañante falleció y él quedó mal herido. Una advertencia respecto a los riesgos que suponía la conquista del aire, que seguiría cobrando vidas.
Ante un mundo maravillado por el desarrollo de la aviación, que iría incorporando a nuevos inventores y aventureros, el novelista británico H. G. Wells escribiría imaginándose el bombardeo de ciudades desde las alturas; sería una profecía de una realidad de destrucción y muerte que pronto sobrevendría con la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
El protagonismo de los hermanos Wright en el rápido progreso aviatorio se iría tornando con el tiempo más discreto y se dedicaría con mucho a la defensa comercial de sus patentes. Wilbur fallecería de tifus en 1912, a los 45 años, mientras que Orville sobreviviría hasta 1948, cuando murió de un infarto cardíaco a los 77, habiendo sido testigo de los devastadores bombardeos aéreos de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), aunque también del cambio impensable de la aviación comercial.
Como señal de respeto a su invalorable legado, el astronauta Neil Armstrong, también oriundo de Ohio, llevó como amuleto un pedazo del telar de muselina del Flyer I en su viaje a la luna en 1969. (I)