PublicidadEl domingo pasado corrí por La Vía Verde. Resignados hace décadas a no tener una gran y buena vía metálica, de esas por la que pasan los trenes y que conectan las poblaciones de manera sostenible y segura, como ocurre en Villena en Almansa o en Caudete, pues nos tenemos que conformar con tener la Verde. Nuestros antepasados así lo decidieron.
Fue una carrera muy agradable: día soleado, sin apenas viento, temperatura ideal para correr con no mucha ropa, ligera pendiente de bajada en la ida, lo que ayuda a alejarse del casco y hacer una carrera más larga, aunque también más dura a la vuelta, música en mis oídos, y lo mejor, cero coches, ni un solo coche por la vía.
Normalmente mis salidas son por el Lentiscar, El Jinete y La Decarada, y mientras corremos, andamos o paseamos, tenemos que ir atentos a la circulación. En más de una ocasión he terminado en el ribazo por temor a ser atropellado. (¿Sería a propósito y no accidental?)
La mayoría de las personas que conducen sus vehículos por esos andurriales nos ignoran. No somos viandantes, ni vecinos relajados, ni nos aceptan como paseantes disfrutando del aire libre. Para mí que para ellos somos tan solo bultos que esquivar, obstáculos que salvar, y si es sin freno que pisar, mejor.
Somos interrupciones en sus idas y venidas continuas: hora de empezar a trabajar por la mañana, de llevar a los niños y de recogerlos, de ir a la compra, de volver a trabajar…que estrés campestre.
Así que lo que podrían ser vías verdes próximas, cercanas, agradables, y muchas y muy largas, las hemos convertido en pistas para vehículos: las queremos sin baches, bien asfaltadas, anchas para que se crucen dos vehículos.
Pero sí que podría existir otra posibilidad. Imaginemos que estos caminos fueran de un solo sentido y no de dos, y que en ellos hubiera una zona protegida para caminantes y bicicletas (como en la Vía Verde), y algún banco bajo alguna sombra y fuentecicas, y que nuestros paisanos nos vean como a tales también. ¡Qué disfrute de caminos! Y tan cercanos, aunque no se llamen vía.
Y es que los que vivimos en los pueblos sí que tenemos nuestras ventajas con relación a los de la ciudad. Lástima que las desaprovechemos casi todas.
Otra envidiable ventaja es la movilidad sencilla, la cercanía a casi todo. Lo próximo que estamos de los colegios y de los centros de trabajo, bares, sitios de ocio, tiendas, etc. Mientras nosotros, los yeclanos, hablamos de minutos andando, los urbanitas hablan de horas en coches o transporte público para cualquier desplazamiento.
Pues sepan ustedes que esto no es una simple ventaja, sino que es una tendencia global. Ahora se lleva diseñar ciudades donde “todo quede a 15 minutos andando”. Las ciudades son por fin para pasearlas.
Hace poco leí que nuestras calles no son estrechas, sino que fueron diseñadas para carros y personas y no para coches. Volver a recuperar su esplendor y verlas de nuevo anchas no es un imposible.
Es tan sencillo como cuestionarse la situación actual. Por ejemplo ¿es necesario que todas las calles de Yecla tengan la posibilidad de aparcar coches en ambos lados? ¿Tenemos que aparcar nuestros coches en la puerta de nuestras casas? ¿No podrían crecer las aceras y decrecer los viales? Al final se trata de poner a los andantes en el centro, diseñar soluciones para ellos también.
Lo que parece sencillo, sin embargo, no es así y nos encontramos que, en la reforma de cualquier callejón, el asfalto sigue de moda en Yecla.
El asfalto, ese material que nos viene persiguiendo durante siglos, negro betún, chapapote, que es viscoso y pegajoso, y que en cuanto nos descuidamos, nos lo endiñan. Calle de Miguel Golf, Don Lucio, Numancia, han sido las tres últimas en caer víctimas del asfalto.
Callejones que lo eran de vocación viandante, empedrados hace años anhelando un futuro lleno de paseantes, y dónde, tácitamente, los conductores reconocían la prioridad de los peatones, han sido ahora derrotados por el asfalto, la raya amarilla y la acera invisible. De nuevo, los transeúntes arrinconados contra la pared.
¿No les parece ridículo que los coches circulen, por ejemplo, por la calle de Miguel Golf? Conductores obligados a difíciles maniobras para entrar en ella, a la altura del Teatro Concha Segura, y que terminan rozando con sus espejos retrovisores en las paredes, a la altura del mercado. Cruces peligrosos debido a esquinas sin visibilidad, con peatones que deben ponerse de lado para que circulen. Y ya no hablemos de personas mayores, o con movilidad reducida, o quienes portan cochecitos de paseo. Todas estas personas también son yeclanos de bien.
Nuestros callejones, pensados pequeños y estrechos para salvaguardarnos de los vientos fríos y del sol tórrido del verano, tendrían de nuevo sentido si recuperáramos su funcionalidad inicial: pasear para arriba y para abajo.
Quería compartir la tristeza que me produce ver como en cada reforma urbana nos alejamos más del objetivo de hacer de Yecla un pueblo más vivible, más sostenible, más bello y saludable, apetecible, un pueblo disfrutón.
Un pueblo con marca. Un pueblo auténtico, que respete su origen y que posibilite la relación de sus gentes en sus calles. Hacer de Yecla un pueblo diferencial, genuino, original, que diga cosas a los visitantes.
Según dicen los expertos, todo proceso de innovación pasa por desaprender, por resetear la mente y pensar en un nuevo propósito.
Se trata de salir de aquel pueblo llamado “confortalia”, donde nada cambiaba porque para cualquier imprevisto había una solución que nos reponía siempre en el mismo lugar.
El mismo pueblo en el que la tribu de los “M’eopongo” siempre se imponíaa la de los
“Propongo”. (*)
El futuro lo diseñamos nosotros, no se adivina. Se diseña y se crea. De nosotros depende. Que se lo digan a la Vía Verde.
(*) Cito a Ignacio Villoch y su libro “El viaje de Diana”).