Incluso antes de la pandemia de COVID-19, era posible entrar en una tienda (o, más probablemente, navegar por un sitio web) y encontrar pantalones vaqueros ajustados, de pierna recta, de tiro alto, de corte de bota o cónicos.
“El ciclo de las tendencias se ha acelerado hasta tal punto que es imposible que una sola cosa se imponga, prolifere y se vuelva omnipresente”, dijo Rachel Tashjian, redactora de estilo de GQ.
La multiplicidad de opciones también está impulsada por la asombrosa variedad de gustos que ha aumentado con la aparición de las redes sociales.
“Las plataformas como TikTok celebran y hasta recompensan a la gente por replegarse en sus propios nichos y descubrir sus intereses”, explica Tashjian.
La pandemia ha ampliado aún más nuestro sentido de qué se considera una vestimenta aceptable. Sin la presión de tener a nuestros pares como público, vestirse se ha convertido en algo que hacemos por diversión, o quizás no lo hacemos. La obsolescencia programada de la ropa —ya en desuso, gracias al auge de la moda sustentable— se ha desvanecido y en su lugar ha surgido algo en verdad extraño: la moda ha dejado de ser normativa.