EntrevistaConversamos con Domingo Rodríguez Lázaro, fundador y director creativo de Dominnico, sobre su particular mirada y la necesidad de agitar, a través de la moda, las reglas establecidas. En tan solo cinco años ha logrado hitos como vestir a Rosalía y Lady Gaga, pero también aglutinar en torno a su firma a una nutrida comunidad de fieles, cautivados por su estética brutalista y honestaPor Sara Hernando
Este tema fue publicado en el número de febrero de 2022 de Vogue España.
La cafetería del renovado hotel Rosewood Villa Magna de Madrid tiene hoy un cliente poco habitual. Entre los hombres y mujeres de negocios, todos trajeados, y los turistas que en el mes de diciembre se dejan caer por la capital, sobresale la figura de Domingo Rodríguez Lázaro (Alicante, 1994). Su vestimenta, unos pantalones cargo negros, anchos y desmontables, unas botas New Rock, un collar de perlas y un bolso cruzado, evidencian que su ‘normalidad’ no es como la de los demás. “A la gente de mi generación no nos han enseñado a ser libres, sino que se nos ha exigido ser normales, signifique esta palabra lo que signifique. Espero y deseo que avancemos. Creo que es tarea de todos, o por lo menos así lo siento yo, agitar la sociedad. Ayudarla a replantearse todo aquello que creemos ya dado, impuesto”, reflexiona el fundador y director creativo de Dominnico. Dicho y hecho. Desde su particular plataforma, una firma de moda comprometida con su portentosa visión estética, su voz se oye alta y clara. Con tan solo 27 años, este creador precoz puede presumir de haber vestido a divas musicales como Lady Gaga, Rosalía o Rita Ora, pero también de haberse proclamado vencedor del galardón Mercedes-Benz Fashion Talent, en 2019, y de Who’s on Next, en 2021, el galardón más importante de la moda española que Vogue España organiza en colaboración con Inditex. “Este premio supone un reconocimiento al trabajo que llevo realizando durante todos estos años. Es decirme a mí mismo, ‘Lo has conseguido, has llegado hasta aquí, y a partir de ahora no hay límites’”.
La seguridad con la que transita en el complejo negocio de la moda, impulsada por la fe ciega que tiene en su proyecto, no es habitual. Domingo sabe lo que quiere, cómo lo quiere, y trabaja duro para conseguirlo: “Llevo cinco años sin vacaciones. Los mismos que tiene mi marca. Está claro que cuando uno triunfa hay algo de factor suerte, pero en mi caso todo lo que me ha pasado es el resultado del trabajo, del esfuerzo y de la constancia. El creer en algo por muchas veces que se cierren puertas o no entiendan tu visión. Seguir creyendo en ti a pesar de todo”. Palabras que resultan sorprendentes si se ponen en boca de este joven extremadamente tímido y reservado –”Estoy trabajando en ello. Sé que la exposición pública es parte de mi trabajo”–, para el que nunca hubo otra opción que no fuera ser diseñador. “No recuerdo el momento en el que dije: ‘Quiero estudiar moda’. Fue algo orgánico. Algo que llegó de forma natural conforme me iba desarrollando como individuo. Desde pequeño me encantaba dibujar. Creo que todas mis profesoras y amigas tienen un boceto mío firmado entre 2006 y 2008, cuando yo tenía ocho y diez años”, bromea. Fue por aquel entonces cuando empezó a obsesionarse con las Bratz, confeccionando colecciones completas para estas muñecas dosmileras, primer germen de lo que después sería Dominnico. “Era coleccionista. Estaba enamorado de ellas. Con los retales que mi abuela paterna me daba les cosía piezas, accesorios, les hacía arreglos. Así que, cuando les dije a mis padres que quería estudiar moda, no dudaron ni un minuto. Ellos ya lo sabían”, recuerda.
Así que, después de hacer, en familia, un análisis exhaustivo de todas las escuelas de moda patrias, Domingo Rodríguez iniciaría un viaje transformador de Alicante a Barcelona para estudiar en la escuela de diseño y artes gráficas LCI. “Había muchas universidades que me ofrecían el título a nivel más visual, creativo o digital, pero yo quería entender los patrones, el cuerpo humano, y luego ya poder dibujar mis bocetos”, explica. Tan solo cuatro años después, en 2016, lanzaba Dominnico. “En primero de carrera ya me hacía mis sudaderas y otras prendas. Fue en ese momento cuando empecé a desarrollar mi identidad como creador. Así que siempre lo tuve claro, quería tener un paraguas desde donde exponer mis ideas. Fue arriesgar para poder ganar. Siento que toda mi vida he estado arriesgando, pero siempre desde la reflexión, sabiendo lo que conllevaba, procesando la información. Cada paso ha sido un acierto, o un error. Pero los errores no me han parado nunca, me han servido para retroceder, aprender y hacerme más fuerte. Al final yo siempre he sabido lo que quería, y cuál era la dirección correcta”, asevera. Lo sabía y lo ha conseguido. De ser fan de Lady Gaga a vestirla. De admirar a Rosalía a diseñar el vestuario de la gira estadounidense de El mal querer. «Con 22 años me gusta Lady Gaga y con 25 la estoy vistiendo. Parece una locura, y lo es. No sé cómo su estilista llegó a la cuenta de Instagram que había creado para Dominnico, que en aquel momento no alcanzaba los 2.000 seguidores. Pero llegó y me escribió. Y después de varias idas y venidas se puso mis prendas, pronunció mi nombre, aunque fuera mal, me etiquetó... y entonces llegó la locura. Y todo empezó a cobrar sentido”, recuerda. Aunque por aquel entonces tan solo tenía 24 años, aquella visibilidad repentina, la que brinda el mundo del espectáculo y las celebrities, no se le subió a la cabeza. Al contrario, ajustó sus objetivos y redobló las horas de trabajo. “Me siento terriblemente agradecido a todas las personas que han creído en mí, a todas aquellas que de alguna manera han hecho que la marca salga adelante. Como Rosalía. Ella fue una de mis primeras facturas importantes. ¡Imagínate! Ganarte la vida así, con ella, en algo con lo que realmente disfrutas. Me daba igual si las jornadas eran maratonianas y le entregábamos las piezas a las cuatro o cinco de la mañana. Merece la pena”.
Su última colección, la de primavera/verano 2022, que ha bautizado con el nombre de Extra Life, es un reflejo de todo lo aprendido durante estos cinco años de aventura, además de una muestra exquisita de una estética personalista (y brutalista), que igual bebe de la primera década del siglo XXI, que de sus obsesiones por el kawaii y la cultura japonesa. También supone un ejercicio de contención, quizás el primero, que muestra el esfuerzo de este diseñador por lograr el equilibrio entre su impulso artístico y la necesidad comercial. “Me ha llevado un tiempo, pero por fin me he dado cuenta de que un vaquero de 120 euros también puede ser Dominnico. Que puedo crear productos que reflejen lo que yo quiero contar sin necesidad de que cuesten miles de euros. En mi comunidad todo el mundo es bienvenido. Quiero que todos aquellos que comparten mi visión puedan acceder a mis diseños. Tanto un chaval que ahorra para comprarse unos pantalones como la señora de la alta burguesía de Barcelona que quiere una chaqueta a medida. Todos son Dominnico”. Una comunidad, la suya, cada día más numerosa, cimentada en la diversidad y la inclusión: “En poco tiempo hemos pasado de ser una marca de mujer a una que, en cierta forma, es genderless. Seas como seas, con tu altura, con tu peso, tu etnia, tu religión, tienes un espacio aquí. Nosotros no te vamos a excluir. Que cada cual sea quién quiera ser y vista como quiera”. Mientras acaba su taza de café con leche, Domingo Rodríguez Lázaro predica con el ejemplo: “Soy introvertido, pero es importante que defendamos aquello en lo que creemos. Y yo lo hago a través de lo que me pongo y de lo que diseño”.
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