Si Antonio Alvarado (Pinoso, Alicante, 1954) puede dar lecciones es porque antes él ya las aprendió todas. "Yo aparezco en un momento en que la alta costura española estaba muriendo. Los de mi generación la criticábamos hasta decir basta. Recuerdo ir a comprar las medias de cristal de Balenciaga para mis desfiles que estaban a precio puta en El Corte Inglés. Balenciaga era Franco, era la mujer de Franco, un carcamal como la copa de un pino. Hablo del año [19]76", recuerda. De aquel romper con la tradición –que, a diferencia de Francia, en España nunca ha servido para nada, subraya– le viene al fin el reconocimiento. "Por abrir el camino a generaciones de diseñadores al abordar temáticas sociales que han cobrado una nueva dimensión en la actualidad, tales como la identidad o la sostenibilidad", informaba la nota de prensa ministerial que daba a conocer su premio, el martes de la semana pasada. Aún no le ha dado tiempo de aclarar sus ideas y no quiere precipitarse. "Ahora todo va demasiado deprisa", dice. Al recitarle las razones por las que ha sido premiado (casi por unanimidad), suelta un amago de risa, burlón: "Espera que te cuento eso de la sostenibilidad. Yo estaba en la onda de los japoneses que empezaban a asomar con una propuesta totalmente radical para la época. Una lentejuela me daba repelús, y tiraba por aquella estética de la pobreza, de los tejidos que parecían viejunos. Llegué a Madrid con una colección así, cero brillos, y eso que estaba inspirada por el movimiento de los nuevos románticos. Porque el new romantic sin brillo, dificilito. Pero me la compraron en Ararat, Doble AA, Oh Calcuta y toda la patulea de tiendas modernas...".
–¿Lo sostenible no era antes más bien una cuestión de precariedad?
–Claro, estaba la economía. Imagina tener que comprar tejidos, pagar por llevarlos a lavar y luego destrozarlos. Por suerte, unas amigas me traían toallas de los aseos de todos los bares de Madrid, de esas del rulo de secarse las manos, una cosa complicadísima de trabajar porque eran trozos de 30 o 40 centímetros, y tenías que estar cose que te cose, que te casaran bien las rayas... Una vez, quería yo un punto de viscosa en negro con mucha caída. Total, que acabo en Menkes, donde las vedettes, y compré todos los metros que pude y alguno más de malla baratuna, de esa con la que Norma Duval se hacía los bodies para llevar debajo de las pedrerías. Al meterla en las máquinas, mira, se hacían más carreras que en las medias, porque las máquinas no eran de punto, claro. Pues hice de eso una virtud. Salieron unos vestidos maravillosos, con las mangas murciélago llenas de carrerones. Lucía Bosé apareció con uno en la portada de El País Semanal, yo sin enterarme, y me llama Massiel a primerísima hora de la mañana del domingo, que por favor que teníamos que vernos esa misma tarde, que iba a sacar un disco y que lo quería. Esa era mi manera de diferenciarme de otros, un poco mayores que yo y que ya llevaban tiempo en el negocio, como Pepe Rubio, Pedro del Hierro, Francis Montesinos o Manuel Piña.