Hace un par de semanas hablábamos en el rebobinador de las filias coleccionistas de Calouste Gulbenkian y comenzamos octubre regresando al museo que lleva su nombre en Lisboa, porque allí se ha inaugurado hoy, y puede visitarse hasta enero de 2022, una exhaustiva muestra dedicada a Georges Remi, el artista belga de múltiples talentos, honda curiosidad y mejor memoria al que todos conocemos como Hergé.
Se despliegan en nueve secciones dibujos originales, bocetos, pinturas, documentos y obras que no son Tintín del creador de Tintín: podremos comprobar cómo el dibujante recurrió a todos los medios de los que pudo disponer para llevar sus composiciones donde quería y cómo también se mantuvo al tanto de las corrientes artísticas fundamentales de su tiempo y supo inspirarse en ellas para sus fines, desde el arte abstracto al minimalismo pasando por el Pop Art. Autodidacta, sus inquietudes se extendieron a las civilizaciones antiguas y a las que llamaba artes primitivas, como se refleja, de forma más evidente, en sus ilustraciones y dibujos animados, sus trabajos publicitarios en prensa e incluso sus incursiones en el diseño de moda.
Reconocemos sus cómics por algunos sellos inconfundibles: las líneas simples y precisas, esa línea clara tan propia de la historieta de origen franco-belga que va más allá de la estética y el estilo gráfico, porque implica el uso de todos los elementos del cómic (desde los encuadres a los rótulos pasando por los diálogos) para hacer más comprensibles las historias para los lectores. Los personajes se delimitan con líneas depuradas y continuas, se respetan los procedimientos de la narrativa clásica sin ceñirse estrictamente el relato al montaje de viñetas y no son tampoco frecuentes los tonos intermedios. No obstante, se valía de elipsis para estimular la imaginación de sus lectores y conjugaba los mundos cotidianos, en los que el público podía fácilmente identificarse, y los nacidos de la pura inventiva.
Casi cualquier lector ocasional de las historietas de Remi, y de Tintín y sus aventuras, recuerda a la cantante de ópera Bianca Castafiore (uno de sus escasos personajes femeninos) y al amable comerciante portugués Oliveira da Figueira, pero solo en ese cómic se dan cita nada menos que 350 figuras y hay que recordar que incluso las muy aparentemente secundarias pueden acabar adquiriendo mucha relevancia.
Esta exhibición lisboeta se adelanta al centenario de la primera aparición del rubio del flequillo enhiesto (fue en enero de 1929, cuando el mundo se acercaba a muchos precipicios) y proporciona la ocasión de conocer los que fueron los bosquejos de aquella obra, la faceta pictórica de Hergé a principios de los años sesenta, las que fueron sus fuentes estilísticas de inspiración, especialmente a raíz de su colaboración en el diario Le Vingtième Siècle (desde Durero hasta Miró) o algunas de las piezas que formaron parte de su colección privada (las adquirió de Lucio Fontana y Andy Warhol y este último lo retrató). También recoge la muestra huellas de su brillante carrera como gráfico publicitario y diseñador (en los treinta nació L’Atelier Hergé-Publicité) y examina sus vínculos con el cine y la historia, en colaboración con el Museo Hergé de Louvain-la Neuve.
Son más de 250 millones de cómics los que se han vendido internacionalmente de este autor, pero en un principio, mediado el siglo XX, la poca relevancia cultural dada a las viñetas afectó a su trayectoria: sus trabajos despertaron entusiasmo pronto, pero tardaron en ser reconocidos como verdadero arte.
Amaba, a partes iguales, contar historias e ilustrarlas y nutriéndose del cine mudo y en blanco y negro, del expresionismo alemán o de sus lecturas infantiles y adolescentes, desarrolló sólidos conocimientos del arte del découpage, de la construcción y representación de los relatos. Desde una doble óptica de autor y diseñador, creaba atmósferas, escenarios y entornos, construía narrativas e intrigas y creaba personajes, manteniendo estas virtudes en continua evolución a lo largo de su carrera.
En esa trayectoria hubo algún año vital, como su encuentro en los treinta con Tchang Tchongjen y la publicación de El loto azul, donde confrontó la juventud occidental con la oriental desplegando ambiciones narrativas mucho mayores a las de aventuras anteriores. También el de 1940: las tropas alemanas ocupan Bélgica y desaparece Le Vingtième Siècle y, con él, Le Petit Vingtième, las publicaciones en las que había trabajado. Se quedó Hergé sin soporte para publicar sus dibujos, hasta que otro periódico, Bruselas Le Soir, anunció su intención de crear un suplemento semanal para los jóvenes. La reaparición de Tintín tendría lugar primero en la revista Le Soir Jeunesse, hasta julio de 1941, y más tarde directamente en Le Soir, en forma de tiras diarias; se trataba, sin embargo, de prensa controlada por las fuerzas de ocupación, lo que traería a Remi muchos quebraderos de cabeza tras la liberación. Y más que quebraderos: detenido varias veces para ser interrogado, resultó absuelto en 1946; en mayo de ese año logró su “certificado de civismo”.
Antes y después de la contienda, uno de sus puntos fuertes fue, sin duda, el retrato: sus trazos a lápiz parecían volverse mágicos al concentrarse en personajes. Los apreciemos de cerca o lejos, resulta evidente su buen manejo del dibujo, desde la sensibilidad y la destreza técnica. Observa y juega, a menudo experimenta (otros posan para él) y el resultado es magistral.
Las relaciones (espirituales) entre los dibujantes y sus personajes suelen ser íntimas y duraderas, pero las más fecundas de Remi fueron las que mantuvo, desde luego, con Tintín y Milu (como sus lectores). Algo menos profundos serían, por ejemplo, sus lazos con Quim y Filipe, aunque estos dos niños experimentan aventuras y situaciones inspiradas, en parte, en la propia infancia del autor, y mucho más diluidos quedan sus vínculos con Joana, João y Macaco Simão. En cualquier caso, unos y otros formaron parte de la receta infalible de aquel gran curioso que fue Hergé para atraparnos.